HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

martes, 24 de febrero de 2009

Jacob von Guten, de Robert Walser

Literatura en su estado más puro y luminoso, que refulge y destella palabras, frases, pensamientos y emociones con la potencia descriptiva y el acierto efusivo de la pluma de uno de los escritores más lúcidos y enigmáticos con los que me he topado buscando el corazón de la literatura de altura. Aquí se encuentra el germen de la escritura de Franz Kafka, en el titánico y colosal Robert Walser. Cada página es un tesoro, un talismán que resplandece cálido, capaz de entibiar nuestras manos en el invierno más glacial . El elixir de las letras. La ambrosía de los dioses. Tras su lectura siento estar en un Alto Vacío, propulsado por la energía intelectual de este inolvidable Huracán en papel.

Jacob von Guten fue su tercera novela y la más amada por el autor, pero también la más discutida e innovadora, escrita en 1909 en Berlín, tres años después de haber dejado el Instituto donde se había educado. A través del diario de Jacob iremos conociendo todos los secretos, dramas y pequeñas tragedias y misterios del Instituto Benjamenta. A parte de la perspicacia delicada de Jacob von Guten nos aparecerán personajes de lo más fascinantes como su condiscípulo y querido Kraus o los directores del Instituto, la maestra Fräulein Benjamenta y Herr Banjamenta.

Robert Walser nació en Biel (Suiza) el 15 de abril de 1878 y murió, caído sobre la nieve, el día de Navidad de 1956. Su vida, semejante a la de sus personajes, fue inquieta y errática, siempre escapando a cualquier forma de duración o permanencia. A los 14 años abandonó los estudios y ejerció los más diversos oficios: fue empleado de banca, secretario, archivero; incluso sirvió de criado en un castillo de Silesia. Walser despreciaba los ideales de prosperidad, aborrecía el éxito, era incapaz de someterse a ningún tipo de rutina o atadura. Vivió siempre, de un lugar a otro, sin domicilio fijo, con graves problemas económicos. A partir de 1925 empieza a sufrir trastornos nerviosos y alucinaciones auditivas; se embriaga y tiene periodos de enorme agresividad. Su hermana Lisa, la única ayuda constante que recibió, le recomienda que ingrese en un sanatorio psiquiátrico.

Pasó los últimos veintiocho años de su vida encerrado en los manicomios de Waldau y Herisau, dedicado a una frenética actividad de letra microscópica, ficticios e indescifrables galimatías en unos minúsculos trozos de papel. Sumergido en un ambiguo silencio. Durante toda su vida se sintió como un cero a la izquierda. Imbuido en la estética del desconcierto, deseando ser olvidado. No lo ha conseguido. Es imposible olvidarse de Robert Walser. Una vez sus letras entran en contacto con tus sentidos, estos te muestran la personalidad trashumante que despliega, el entusiasmo por su prosa se convierte en una presencia imperecedera.

«Y si alguna vez una ola me levantase y me llevase hacia lo alto, allí donde impera la fuerza y el prestigio, haría pedazos las circunstancias que me han favorecido y me arrojaría yo mismo abajo, a las ínfimas e insignificantes tinieblas. Sólo en las regiones inferiores consigo respirar.»

«Hoy es necesario que deje de escribir. Me excita demasiado. Y las letras arden y bailan delante de mis ojos.»

«Pluma, si no me asistes, no sé cómo avanzar.»

No habrá ningún lector de Walser que, bajo los efectos de su estilo, que actúa como una música, no se sienta reconfortado y tal vez mejor persona. Leer a Walser nos libera de embrollos éticos y nos limpia de mezquindad. Disfruten cuanto puedan. Kafka lo leía en voz alta a sus amistades.

miércoles, 4 de febrero de 2009

El castillo, de Franz Kafka

Fui hacia la librería afanoso, e incluso turbado. Mi cuerpo entró por el umbral casi en volandas directo a la K de Kafka en busca de su castillo letrado. Y en un estante del que rebosaban soberbios literatos - John Keats, Paul Klee, Kapuscinski, Michael Kenny, Jack Kerouac, Philip Keer, Heinrich von Kleist, Alfred Kubin, Rudyard Kipling, Imre Kertész, Arthur Koestler, Agota Kristof, Ismail Kadare, Rosa Kruger, Milan Kundera, Kakinomoto no Hitomaro o Elia Kazan, entre otros - concentré mi vista bulliciosa en el objeto de mi deseo. Allí, en esa espesura de intelectualidad, mi mano temblorosa se lanzó para apoderarse del alcázar kafkiano y al sacarlo de su enjuto espacio aprisionado me topé con la magnífica portada de la editorial Cátedra. Un castillo flotante. Un fortín vacilante y movedizo, que en ese instante, me transmitió inestabilidad y oscilación existencial, miedo al peligro de un derrumbe inminente. Y con ese desconcierto pasé por caja para pagar mi nudo literario. La joven dependienta al verlo echó su cabeza hacia atrás con una leve inclinación y mientras digería perceptualmente el objeto de compra sintetizó sus impresiones y me soltó: "¡Kafka!... bueno -sonrisa oblicua-, suerte". Y con todo este berenjenal kafkiano salí al espacio abierto con mi nuevo libro dispuesto a penetrar en la compleja ciudadela. ¡Diantres, en la que me he metido!

De lo primero que me entero en el prólogo es de que la obra está incompleta y que la escribió dos años antes de fallecer, tras sufrir un colapso nervioso de gravedad y aquejado de una enfermedad de pulmón que le llevó hasta la localidad montañosa de Spindlermühle para recuperarse, y lugar en el que inicia la novela. Aquí entra de nuevo en una etapa de creatividad incesante. Le conceden la jubilación definitiva con treinta y nueve años y sintiéndose abocado a la escritura debido a sus propias debilidades empieza a escribir por imperativo de su voluntad, solo y sin descendencia. Escribir se convierte en su vida. Una vida en la que ha sacrificado el matrimonio, la familia y los hijos. El castillo supone un momento de tránsito en la vida de Kafka, que se refleja claramente en las intenciones del protagonista de la obra, K. el agrimensor. Su deseo es alejarse de su mundo para acceder al territorio del castillo y allí iniciar una nueva vida. El hecho de que la obra quedara incompleta evidencia un sentimiento de incapacidad para aceptar una vida de logros.

El mismo día de su muerte, el 3 de junio de 1924, pidió al joven amigo Klopstock, que, junto con Dora, quien no se separó prácticamente de él en las últimas semanas de enfermedad, le aplicase una inyección de morfina para de este modo acabar con su vida, con la advertencia de que si no lo hacía sería tenido por criminal, según el testimonio de Max Brod.

El castillo relata la historia de un agrimensor que acude a la llamada de un pueblo adscrito a un castillo para que realice trabajos profesionales abandonando para ello su patria, su trabajo y su familia. Pero cuando llega allí le hacen saber que no hace ninguna falta, se siente marginado de la comunidad desde el primer momento y comienza su lucha a ciegas por conseguir una entrevista con la administración, que habita en el castillo. Pero su lucha fracasará, puesto que a su alrededor se cierran todas las puertas.

"Es cierto que se dice que todos formamos parte del castillo, que no existe ningún tipo de diferencias y que no hay nada que salvar y que puede que esto sea por lo común cierto, pero por desgracia hemos tenido la ocasión de ver que cuando se trata precisamente de ello, eso no es cierto."

"Fui contratado aquí como agrimensor, pero no fue más que en apariencia, hicieron de mi un juego, me echaban de todas las casas, todavía hoy siguen jugando conmigo, pero qué complicado les es todo esto, he ganado en cierta manera en importancia, lo que ya significa algo por poca cosa que sea, con todo tengo un hogar, un puesto y un trabajo auténtico, tengo una novia que cuando estoy ocupado en otros asuntos se encarga de las tareas de mi empleo, me casaré con ella y me haré miembro del municipio."

La lectura encierra en su totalidad el núcleo de identidad kafkiano dentro de la figura de K., con toda su sensibilidad, sus angustias y sus ambiciones. El destino de K. el agrimensor queda inmerso en una búsqueda de realización ferviente por integrarse en el mundo social, en el mundo del amor y en el del trabajo. Sin embargo, como consecuencia de diversos factores, sobre todo internos e inherentes a su personalidad, es desterrado de ese castillo que custodia y preserva únicamente a los victoriosos. Notaremos a un Kafka inmerso y preocupado en la resolución de los problemas más inmediatos. Destaca su afán de autonomía y su necesidad de comprometerse con un proyecto de identidad desde el cual reconciliarse con su propias contradicciones. Y, en la cabaña de Gerstäcker, seguramente, muchos nos preguntaremos... ¿qué es lo que intenta la madre de Gerstäcker contarle a K. tras tenderle su mano temblorosa y pedirle que se siente a su lado? ¡Qué!

Fuente de imagen: "La Chateau des Pyrenees".- Magritte Rene