Interesante novela sobre el Síndrome Collyer sin un sólo ápice de moralidad. El laureado y uno de los posibles candidatos a Premio Nobel de Literatura, Edgard Lawrence Doctorow, revisa a sus 78 años la historia de un mito en Nueva York. Cuando él era adolescente encontraron los cadáveres de los hermanos Collyer en su mansión de la Quinta Avenida. En cuestión de horas se convirtieron en leyenda, en seres mitológicos. ¿Se trataba sólo de unos seres excéntricos que coleccionaban basura? No. El caso escondía un tipo de secreto mayor. Una crítica social. Se habían apeado de todo. En realidad fue una forma de emigrar, de huir. Procedían de una familia adinerada, con todas las ventajas, pero decidieron cerrar las puertas y ventanas de su mansión, como dos personajes de una historia de Poe, convertida ahora en el centro de un círculo de hostilidad hacia el ondulante exterior de sus vecinos los acreedores, la prensa, la municipalidad, y, por último, el futuro.
Hacinados desde el suelo hasta el techo con imponentes montañas de periódicos, cajas, maletas, un total de catorce pianos, media docena de juguetes de tren, lámparas de arañas, rollos de alfombras, un chasis de automóvil Modelo T y más de cien toneladas de basura, desde órganos humanos hasta munición de artillería pesada sin utilizar. Homer y Langley pasan gran parte de su vida como anacoretas, habitando en un reino sofocante delimitado por los muros de su casa, un inframundo hundido en la inmensa macrópolis de Nueva York. Objetos y deshechos recogidos desde una conducta obsesivo-compulsiva que concluyó en un trágico Síndrome de Diógenes, los cadáveres de los hermanos Collyer fueron encontrados por la policía, en su casa, infestada de ratas. Murieron de inanición y varias enfermedades.
La pregunta que nos persigue durante toda la lectura es, ¿cómo dos vástagos de una de las más antiguas familias de Nueva York llegaron a un final tan triste y ridículo? Esta historia ha fascinado a los escritores durante años. En 1954, Marcia Davenport la noveló en The Brother's Keeper, y en 2000, Richard Greenberg le siguió con The Dazzle. Ninguna de ellas publicadas en España. La leyenda nos llega ahora literaturizada por Doctorow, con su mezcla patentada de realidad y ficción, sin ningún tipo de resonancia moral, al contrario que hubiera sucedido en manos de Poe. Es simplemente una historia deprimente de dos confinados que se retiraron de la vida para presidir su propio reino de los escombros.
Los padres murieron durante la gran epidemia de gripe de 1918, y tras el regreso de Langley, los hermanos establecieron juntos la limpieza de la casa y durante mucho tiempo mantuvieron un compromiso con el mundo. Homer tiene un romance con Julia, una sirviente de la casa; Langley tiene un corto matrimonio con una mujer tempestuosa. Homer vincula sus platónicas emociones hacia Mary Elizabeth Riordan, que trabaja como su asistente en un cine mudo cuando él es contratado para que toque el piano. Visitan tabernas, discotecas y clubs, donde conocerán a Vincent el Gánster.
Langley se vuelve cada vez más excéntrico, alzando su tedio en su Teoría de los Reemplazos, una hipótesis cínica que sostiene que "todo en la vida se ha sustituido": que los niños son el reemplazo de sus padres, y que las nuevas generaciones de genios, los jugadores de béisbol y los héroes son sustitución de las generaciones anteriores de genios. Langley crea su propio proyecto para que pueda crear una Collyer edición de todos los tiempos, un periódico quijotesco de uso general donde se resumen todas las variedades de la experiencia humana en un conjunto de historias.
Los sucesos nos van dando diversas pistas sobre la personalidad de cada hermano. Montan en su gran salón una pista de baile cobrando entrada a sus vecinos. Homer descubre que las personas que acuden se sientan en las sillas cuando suena música rápida y alegre. Descubre con su virtuoso oído que van allí para abrazarse e ir a la deriva por el salón. Arrastran los pies con un sonido sinuoso y soñoliento. Emitían un extraño sonido ultraterreno.
Dirigiéndose directamente a nosotros en una voz un poco melancólica, Homer se convierte en un narrador bastante atractivo, que cuenta su vida de una manera muy conmovedora, ya que dibuja un retrato de las personas que entran y salen de su vida como un desfile que está pasando delante de nuestros ojos: la encantadora María Elizabeth, que deja de asistir a una universidad católica junior para servir en las misiones de países subdesarrollados; Harold Robileaux, el nieto de su cocinera y un cornetista con talento, que va a la guerra y nunca regresa, y el Sr. y la Sra. Hoshiyama, una pareja de japoneses, tranquila y laboriosa que se dedican al cuidado de la casa Collyer hasta que son arrestados por el FBI y enviados a un campo de concentración a raíz de Pearl Harbor.
Los hermanos Collyer mantienen entre ellos una dependencia que nos puede recordar perfectamente la relación de Hamm y Clov, los personajes que están igualmente aislados en la casa tablero de Fin de partida de Samuel Beckett. Una tragedia similar. El mismo ambiente antisocial y un estilo de vida que raya lo absurdo.
Langley deja de pagar las facturas y pronto entra en guerra con la ciudad y con la compañía de electricidad y agua, que terminan por apagar el suministro. La prensa empieza a hacer artículos sobre los hermanos, y a escribir sobre la decadencia de unos ciudadanos y la caída de una familia de buena reputación.
En su afán compulsivo Langley continua día tras día con su mastodóntico proyecto: enumerar y archivar artículos por categorías: invasiones, guerras, matanzas, accidentes de automóvil, tren y avión, escándalos amorosos, escándalos religiosos, robos, asesinatos, linchamientos, violaciones, tropelías políticas con un subapartado para las elecciones amañadas, fechorías policiales, vendettas entre bandas, huelgas, incendios en casas de vecindad, juicios civiles, juicios penales, etcétera, etcétera. Una categoría aparte incluía las catástrofes naturales, tales como las epidemias, los terremotos y los huracanes. Todo ello para recopilar suficientes datos estadísticos para reducir sus hallazgos a las clases de sucesos que eran. Después llevaría a cabo más comparaciones estadísticas hasta establecer el orden de las plantillas, que le permitiría saber que artículos debían ir en primera plana, cuales en segunda página, y así sucesivamente. Por cinco centavos el lector dispondría de un retrato en letra impresa de nuestra vida en el planeta. Un proyecto absurdo y descabellado que le generaba grandes expectativas y le mantenía el ánimo en el punto que a él le gustaba, sin más finalidad que sistematizar su propia visión lúgubre de la vida.
Y mientras tanto, las cosas en su casa parecen multiplicarse. Corredores de fardos de periódicos, montones de equipos, artículos de colección y de chatarra: las tripas de los pianos, motores envueltos con cables, cajas de herramientas, pinturas, piezas de carrocería, neumáticos, sillas apiladas, mesas sobre mesas, cabeceras de cama, barriles, pilas de libros derrumbados, lámparas antiguas, montones de ropa y alfombras enrolladas.
Después de sólo seis horas de atravesar angostísimos pasadizos a través de todo tipo de objetos inimaginables, se tuvo la inmensa suerte de localizar el cuerpo sin vida de uno de los hermanos, Homer, sentado en una silla. Efectivamente fue suerte encontrar en sólo seis horas el cuerpo de Homer porque a pesar de que decenas de bomberos y policías trabajaron a destajo, no se pudo encontrar el cuerpo del otro hermano, Langley, hasta 18 días después (8 de abril de 1947). Hubo para ello que remover y retirar 136 toneladas de material diverso. Lo curioso de todo es que el cadáver del segundo hermano apareció a escasos metros del primero, lo que da una idea del infierno en que se había convertido aquella casa.
El registro de la policía dentro de la mansión de los Collyer
Doctorow va poco a poco narrando los sucesos más importantes que se producen en la familia Collyer. Langley, el mayor, sufrió un ataque con gas mostaza durante la I Guerra Mundial y regresó a su casa herido y posiblemente loco. Su hermano, Homer, quien narra la historia, se quedó ciego cuando era adolescente pero se convirtió en un experto pianista y disfrutó de la atención de muchas mujeres con las que se sentía un seductor impotente.Langley Collyer
Langley se vuelve cada vez más excéntrico, alzando su tedio en su Teoría de los Reemplazos, una hipótesis cínica que sostiene que "todo en la vida se ha sustituido": que los niños son el reemplazo de sus padres, y que las nuevas generaciones de genios, los jugadores de béisbol y los héroes son sustitución de las generaciones anteriores de genios. Langley crea su propio proyecto para que pueda crear una Collyer edición de todos los tiempos, un periódico quijotesco de uso general donde se resumen todas las variedades de la experiencia humana en un conjunto de historias.
Los sucesos nos van dando diversas pistas sobre la personalidad de cada hermano. Montan en su gran salón una pista de baile cobrando entrada a sus vecinos. Homer descubre que las personas que acuden se sientan en las sillas cuando suena música rápida y alegre. Descubre con su virtuoso oído que van allí para abrazarse e ir a la deriva por el salón. Arrastran los pies con un sonido sinuoso y soñoliento. Emitían un extraño sonido ultraterreno.
Dirigiéndose directamente a nosotros en una voz un poco melancólica, Homer se convierte en un narrador bastante atractivo, que cuenta su vida de una manera muy conmovedora, ya que dibuja un retrato de las personas que entran y salen de su vida como un desfile que está pasando delante de nuestros ojos: la encantadora María Elizabeth, que deja de asistir a una universidad católica junior para servir en las misiones de países subdesarrollados; Harold Robileaux, el nieto de su cocinera y un cornetista con talento, que va a la guerra y nunca regresa, y el Sr. y la Sra. Hoshiyama, una pareja de japoneses, tranquila y laboriosa que se dedican al cuidado de la casa Collyer hasta que son arrestados por el FBI y enviados a un campo de concentración a raíz de Pearl Harbor.
Los hermanos Collyer mantienen entre ellos una dependencia que nos puede recordar perfectamente la relación de Hamm y Clov, los personajes que están igualmente aislados en la casa tablero de Fin de partida de Samuel Beckett. Una tragedia similar. El mismo ambiente antisocial y un estilo de vida que raya lo absurdo.
Langley deja de pagar las facturas y pronto entra en guerra con la ciudad y con la compañía de electricidad y agua, que terminan por apagar el suministro. La prensa empieza a hacer artículos sobre los hermanos, y a escribir sobre la decadencia de unos ciudadanos y la caída de una familia de buena reputación.
En su afán compulsivo Langley continua día tras día con su mastodóntico proyecto: enumerar y archivar artículos por categorías: invasiones, guerras, matanzas, accidentes de automóvil, tren y avión, escándalos amorosos, escándalos religiosos, robos, asesinatos, linchamientos, violaciones, tropelías políticas con un subapartado para las elecciones amañadas, fechorías policiales, vendettas entre bandas, huelgas, incendios en casas de vecindad, juicios civiles, juicios penales, etcétera, etcétera. Una categoría aparte incluía las catástrofes naturales, tales como las epidemias, los terremotos y los huracanes. Todo ello para recopilar suficientes datos estadísticos para reducir sus hallazgos a las clases de sucesos que eran. Después llevaría a cabo más comparaciones estadísticas hasta establecer el orden de las plantillas, que le permitiría saber que artículos debían ir en primera plana, cuales en segunda página, y así sucesivamente. Por cinco centavos el lector dispondría de un retrato en letra impresa de nuestra vida en el planeta. Un proyecto absurdo y descabellado que le generaba grandes expectativas y le mantenía el ánimo en el punto que a él le gustaba, sin más finalidad que sistematizar su propia visión lúgubre de la vida.
Y mientras tanto, las cosas en su casa parecen multiplicarse. Corredores de fardos de periódicos, montones de equipos, artículos de colección y de chatarra: las tripas de los pianos, motores envueltos con cables, cajas de herramientas, pinturas, piezas de carrocería, neumáticos, sillas apiladas, mesas sobre mesas, cabeceras de cama, barriles, pilas de libros derrumbados, lámparas antiguas, montones de ropa y alfombras enrolladas.
Después de sólo seis horas de atravesar angostísimos pasadizos a través de todo tipo de objetos inimaginables, se tuvo la inmensa suerte de localizar el cuerpo sin vida de uno de los hermanos, Homer, sentado en una silla. Efectivamente fue suerte encontrar en sólo seis horas el cuerpo de Homer porque a pesar de que decenas de bomberos y policías trabajaron a destajo, no se pudo encontrar el cuerpo del otro hermano, Langley, hasta 18 días después (8 de abril de 1947). Hubo para ello que remover y retirar 136 toneladas de material diverso. Lo curioso de todo es que el cadáver del segundo hermano apareció a escasos metros del primero, lo que da una idea del infierno en que se había convertido aquella casa.
La silla en la que encontraron muerto a Homer Collyer
Como ven, una novela muy interesante que trastoca una vez más la historia de EEUU. Aunque la descripción de las excentricidades es leve y poco satisfactoria, puesto que no ahonda mucho en los motivos que les lleva a este calabozo antisocial, el relato nos presenta un bosquejo de este macabro caso inclinado hacia la crítica social y en sintonía con los esbozos que Don Delillo realizó en Submundo para ofrecernos una nueva visión de la sociedad norteamericana, desde el inframundo. Al terminar la lectura sentirán un fuerte deseo de emprender la interpretación de este inolvidable mito urbano. Yo les incito a que lo lean e incluso les hago un préstamo. Disfruten.El cadáver del segundo hermano apareció en gran parte comido por las ratas y bajo una cantidad ingente de miles de libros, periódicos y otros objetos de todo tipo. Falleció aplastado por un derrumbe mientras intentaba acceder al rincón de la casa en donde se hallaba su hermano Homer para darle de comer pues éste era paralítico además de ciego. Nunca llegó pues murió aplastado por el camino. Su hermano Homer, como la autopsia posterior reveló, falleció de hambre y sed en una lenta e interminable agonía.
“Debemos plantar cara al mundo: no somos libres si es a costa del sufrimiento ajeno.”
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