
Cuando entré al museo de los Premios Nobel en Estocolmo observé en una de sus vitrinas el libro de Camus acompañado de una foto en la que se le podía ver junto al laureado Jean-Paul Sartre, y supe que en algún momento remoto de mi vida me arrojaría a su famosa literatura y sentiría el peso de su adjurado existencialismo.
Ahora puedo decir que así ha sido. Ese momento ha llegado y se ha producido de una manera suave y en total sincronicidad, como si ambos nos necesitáramos, libro y lector. Curiosamente, sin yo saberlo, los sucesos de la novela acontecen en la mitad del mes de agosto. Encajando en este punto insólito del tiempo. Harto de calor. Llevaba unas semanas que no me apetecía leer nada. Quería leer muchas obras pero me costaba acercarme. Una barrera ficticia me lo impedía. Sin embargo, al repasar una por una las novelas sin leer de mis estanterías, La peste de Camus me cauterizó la herida. La lectura me cautivó desde el primer párrafo. Su literatura poética te impele a leer a un ritmo insistente, inmerso en una marea agitada de un océano afligido, abismado en una danza hacia la ciudad mortal donde hierve la fiebre de la peste.
“[...] y a veces, a la hora del crepúsculo, que en esta época llegaba ya más pronto, las calles estaban desiertas y sólo el viento lanzaba por ellas su lamento continuo. Del mar, revuelto y siempre invisible, subía olor de algas y de sal. La ciudad desierta, flanqueada por el polvo, saturada de olores marinos, traspasada por los gritos del viento, gemía como una isla desdichada.”
Su escritura posee una estética sinuosa. Pulcra. Tanto, que puedes llegar a sentir la necesidad de releer párrafos e incluso páginas enteras. Leerle es todo un placer. Es una fuga. Una libertad. Tomas conciencia de manera inmediata de la relevancia de su nombre. Y cada reglón que ya has leído es como si se perdiera un filamento de oro de esta joya de la literatura del siglo XX.
La peste es la alegoría del absurdo, del egoísmo y de la hipocresía. Cualquiera que lo lea en estos convulsos tiempos en los que nos encontramos, verá representada la irracionalidad de nuestro sistema social, y a la vez entenderá la importancia de la libertad individual, la solidaridad y el compromiso, valores enemistados contra la indiferencia, la autoridad o cualquier dictadura que asome su apestoso hocico. La peste descubre las claves que le permiten al hombre huir de todo sufrimiento. Mantiene una lúcida cadencia con el movimiento ateo y la filosofía anarquista versionando en grado frágil parte de la atmósfera de El proceso de Kafka. Camus aboga por una nueva moral basada en la honradez y el amor. Y les puedo decir que funciona. Sólo tienen que ver en acción a Rieux, Tarrou, Rambert y Grand. Es muy sencillo. Intuyo que los que la leyeron aún disfrutan de los efectos de este admirable Huracán en papel, y en parte es por esto, que la sociedad no se ha ido ya al mismísimo carajo.
“En tiempos de peste, prohibido escupir a los gatos.”
El Saint James Infirmary de Londres fue el hospital de leprosos más famoso, y es citado en esta obra.