HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

sábado, 26 de febrero de 2011

1Q84, de Haruki Murakami

Leí 1984 de Orwell en la misma época en la que descubrí el jazz, el sexo multicultural y la revolución de los sentidos. Me lancé a esta convulsa lectura estudiando la carrera en Salamanca, consciente del que sería uno de los mejores tránsitos literarios. Psicología, filosofía de la mente y literatura debían caminar siempre juntas para indagar en los verdaderos problemas de la humanidad, las preocupaciones morales del hombre, penetrar en lo más íntimo de la psicología humana hasta un nivel de profundidad catártico. Orwell creía en la inmortalidad personal y sabía muy bien que el hombre medio quedaría totalmente deteriorado si seguía trabajando como una bestia de carga o temblando por miedo a la policía secreta o cualquier cuerpo fascista de represión, cuestiones que le llevaron una y otra vez a planteamientos socio-políticos en sus obras. Orwell, en plena fase de reposo para curar su tuberculosis en Inglaterra, se marchó como un Quijote a luchar contra el fascismo que estallaba en la Guerra Civil Española, tomando una postura tanto antifascista como anticomunista puesto que su verdadero espíritu revolucionario era antitotalitario. Esto me causó una admiración total hacia su visión humanitaria de las sociedades y la política. Muchísimos años después, instalado en Zaragoza, recorrí la Ruta Orwell por Aragón para presenciar las barricadas en las que había luchado y revivir un quark de todo su espíritu libertario. Supe inmediatamente que Orwell ante todo era un hombre que nunca le tuvo miedo al poder, sino repulsa a aquello que oprimía la libertad del ser humano. Su ideal se definía en los valores democráticos y para divulgarlos luchó en contra de la manipulación de la historia, tema de completa relevancia en 1984 y que conecta con sus recuerdos en España. En 1944, el mismo año que terminó Rebelión en la granja dejó escrito en su columna literaria del semanario socialista Tribune, la siguiente idea que me gustaría que leyeran antes de que entremos en la crítica de la obra de Murakami:
Durante la Guerra Civil Española tuve la sensación muy fuerte de que nunca se escribía o podría escribirse una verdadera historia de la guerra. Cifras exactas, relatos objetivos de lo que pasaba, simplemente no existían. [...] Y si Franco o cualquiera que se le parezca permanece en el poder, la historia de la guerra consistirá en gran medida en «hechos» que millones de personas actualmente saben que son mentiras. Uno de estos «hechos», por ejemplo, es que hubo un considerable ejército ruso en España. Existen pruebas abundantes de que no hubo tal ejército. Pero si Franco permanece en el poder, y si el fascismo en general sobrevive, ese ejército ruso aparecerá en los libros de historia y los escolares futuros creerán en ello. Así que, desde un punto de vista práctico, la mentira se habrá hecho verdad.

Pues bien. De esto trata la ficción mientras que el 1Q84 de Murakami me ha resultado literatura plana de narrativa circular, manida y sin pulso, que hace uso de una quincena de metáforas sintoístas para abrir el apetito pero desprovista de relieve, de luz y de singularidad. Me siento timado por este escritor japonés a la caza del bestseller para hacer otro bestseller y sigo sin entender porqué se le cita como candidato al Premio Nobel de Literatura con las patatas que publica. 1Q84 es un plagio estructural de Los hombres que no amaban a las mujeres de Steig Larsson hibridado con Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y tres someras pinceladas de la auténtica 1984 del maestro Orwell, quien en su día generó en mi intelecto uno de los más huracanados impactos literarios de la literatura antitotalitaria. Aquí el concepto del Gran Hermano ha sido desprestigiado. Haruki Murakami me sigue pareciendo un escritor de adolescentes ya casi al mismo nivel que Federico Moccia o Stephenie Meyer, sin el mojigatismo de éstos, pero a años luz de la literatura de Kenzaburu Oe como referencia de tránsito en la literatura japonesa que saltó a los abismos del existencialismo. Murakami es un escritor completamente encajonado por los muros de las ventas con una su visión isla del que tan sólo consigo sacar una narración fluida, propia del barman inquieto que fue en su día, muy interesando por el jazz, la música docta, los gatos, la comida sana y sus carreras de runner mediático, pero que a ojos vista, expresa poco el poder y la grandeza subversiva que posee la Alta Literatura. Al penetrar en la naturaleza de la ficción muestra ideas letas, enclenques y gurruminas. Y con ello me remito al trasunto de la teoría A y la teoría B sobre realidad que, Aomame, protagonista de esta pauvres roman, mantiene con el lider esquizoide de una secta calco a los Testigos de Jeohvá al que presenta con poderes telekinésicos. Dentro de la lógica narrativa común estaríamos hablando de uno los momentos más álgidos de la historia, cuando acude a esa oscura y tétrica habitación de hotel de Tokyo para darle un quiromasaje que pueda mitigar la extraña insensibilidad (particularidad, que por cierto, me recuerda a la analgesia congénita que sufre uno de los esbirros de Zala en la Trilogía Larsson, otra coincidencia más de las tantas que aparecen) de una enfermedad muscular que nadie es capaz de sanar. El líder de Vanguardia sabe cual es el cometido de Aomame y la espera para que de fin a su tormentosa vida. Pero antes le dice cómo van a sucederse los acontecimientos. Le habla del gran amor que Aomame siente por Tengo y de lo que tiene que sacrificar para salvarle la vida. Toda una serie de argumentos y bagatelas que te alejan de lo que podría haber sido, tal vez, una trama adictiva. A partir de ahí se va poniendo cada vez más cansino. Entra en el tema de los perciever, los reciever, la daughter y los siete Littel Peopel y tengo la impresión de estar leyendo casi un poema de Gloria Fuertes. Y si además comparo a los protagonistas Murakami sale perdiendo porque Winston, era ateo. No cree en dios, pero entiende que existe un principio en el universo que termina destruyendo a aquellos que son malvados. Tal vez el espíritu del hombre. Él es el guardián del espíritu humano, mientras que Tengo, el protagonista de Murakami es un matemático con dotes para la narración pero incapaz de lanzarse al caos. Orwell salta a un futuro cercano y Murakami hipotetiza sobre un pasado cercano que podría haber sido otro del que ahora conocemos. Una ficción poco estimulante.

Tan sólo rescato de esta obra todo lo referente a la ciudad de los gatos. Ésta es la parte que para mi podría haber ocupado toda la novela por el peso de ficción y atracción que posee. Y, al igual que nos tiene acostumbrados Paul Auster en sus obras, Murakami también arroja buen cine, música y buenos libros dentro de sus viajes literarios. En cuanto a música cita la Sinfonietta de Janácek, lo más selecto de Bach y el Lachrimae de John Dowland. Sobre literatura rescata la maestría del Cantar de Heike, la Antología de los Cuentos del Pasado y las reglas narrativas de Chéjov. Al cine le dedica atención a Trono de sangre y La fortaleza escondida de Akira Kurosawa junto con La huida de Sam Peckinpah. No está nada mal, aunque todo ello queda deshilado de la narración, excepto la Sinfonietta, con la que logra un ritmo de intriga en el comienzo propio de un escritor al que se le espera tanto. Y lo que fue anunciado como su obra maestra se ha quedado en un folletín ambientado en un escenario con dos lunas, un amor melancólico y una crisálida borrosa. Aprovechando además para hacer publicidad patriótica de Toyota. No sólo es mala literatura sino que además 1Q84 de Haruki Murakami quiere tener tantos colores que pierde la advertencia grisácea orwelliana. Esta obra me hace entender lo poco que sabe Murakami de la tragedia de las guerras y lo fácil que es juzgar desde su sillón encumbrado. Aquí no hay nada de Orwell. Esto se acabó y poco me importa lo que contenga el tercer libro. Es una obra irrecuperable. Para mi, el resto, es silencio. Discúlpenme, amantes de Murakami, pero es que hasta el traductor no ha estado nada acertado.
Página 558
Aún así, la pongo a su disposición, para que ustedes mismos la lean y la valoren: Descargar