Por un error de la justicia un escritor es condenado a cadena perpetua y decide huir para no ser apresado. Un italiano, que vende alfombras en Calcuta, le sugiere la idea de esconderse en un secreto lugar. El comerciante cree que para un perseguido, sólo hay un lugar en el mundo, pero en ese lugar no se vive. Es una isla. La isla de Villings, perdida en algún recóndito lugar del Pacífico Sur. Algunas personas construyeron, en 1924, un museo, una capilla y una pileta de natación. Las obras están concluidas y abandonadas. Dentro existe un foco de enfermedad, aún misteriosa, que mata de afuera para dentro. Caen las uñas, el pelo, se mueren la piel y las córneas de los ojos, y el cuerpo vive ocho, quince días. Ni los piratas chinos la tocan. Aun así, el fugitivo, decide partir.
Al poco de instalarse en la parte alta de la misteriosa isla, y sobrevivir a los peligros de dicha infección mórbida, descubre la llegada de un grupo de turistas, entre los que se encuentra una mujer de la que pronto se enamorará y Morel, un científico al que le gusta hablar de la inmortalidad y que pretende llevar deliberadamente al grupo de snobs con los que convive, hacia una existencia cíclica, mediante una máquina de su invención, con la que les ha estado grabando todas sus acciones durante una semana. Morel cree que la máquina capturará sus almas, y repetirá la grabación por toda la eternidad, dándoles así una vida eterna. La razón que Morel aduce para haber hecho esto es que está enamorado y que desea pasar la eternidad con su amada. Aunque Morel en ningún momento menciona el nombre de ella, el fugitivo piensa que se refiere a Faustine, quien se convierte en el móvil de toda la historia.
La invención de Morel es la mejor obra de Adolfo Bioy Casares. Adscrita al género de la ciencia ficción, en ella planteó interesantes temas como el de la realidad cuestionada. La desazón del náufrago se convierte en un interrogante sobre su propia cordura. Constantemente se siente ignorado por todos los personajes, los cuales parecen ningunearlo en todos los contactos que tiene con ellos. Otro de los temas importantes en la novela es la catástrofe maltusiana (Thomas Malthus, economista), la cual expone el principio por el que la población humana crece en progresión geométrica, mientras que los medios de subsistencia lo hacen en progresión aritmética. Así, llegará un punto en el que la población no encontrará recursos suficientes para su subsistencia. Por lo tanto, los recursos son limitados y el ser humano está condenado a la extinción.
“Cuando intelectos menos bastos que el de Morel se ocupen del invento, el hombre elegirá un sitio apartado, agradable, se reunirá con las personas que más quiera y perdurará en un íntimo paraíso. Un mismo jardín, si las escenas a perdurar se toman en distintos momentos, alojará innumerables paraísos, cuyas sociedades, ignorándose entre sí, funcionarán simultáneamente, sin colisiones, casi por los mismos lugares. Serán por desgracia, paraísos vulnerables, porque las imágenes no podrán ver a los hombres, y los hombres, si no escuchan a Malthus, necesitarán algún día la tierra del más exiguo paraíso y destruirán a sus indefensos ocupantes o los recluirán en la posibilidad inútil de sus máquinas desconectadas.”
Resulta palpable la contraposición que Bioy Casares realiza entre la pasión egoísta y enfermiza de Morel y la renuncia consciente que realiza el autor del diario en su propósito de «borrarse» de un mundo e intentar «sintonizar» con la semana eterna donde vive Faustine, el ser amado. La deseperanza y la soledad sólo tienen una cura: el amor. Que el museo sea el centro neurálgico del sistema ideado por Morel me parece, a su vez, una imagen poderosísima: todo museo preserva el pasado, lo que se ha ido; el arte vigente no precisa de museos, está en la calle, en la vida misma. Morel mata el amor para obtener un sucedáneo satisfactorio.
Poética e intimista, la historia es enternecedora, sensible y de gran imaginación. Oscilando entre la locura de la ciencia y la locura del amor, La invención de Morel es, en palabras de Borges «perfecta». ¡No seré yo quien desdiga al maestro!
5 comentarios :
impecable el informe!
genial!
hábil forma de contar el argumento. ;-)
También lindo cierre con el ¡No seré yo quien desdiga al maestro!, porque realmente es una obra perfecta...
(Pero si algo nos ha enseñado Borges es a redecir al maestro. Un ejemplo preciso aparece en "Las Ruinas Circulares")
Pienso a La invención de Morel como una de las grandes obras del siglo XX. Su precisión, el manejo de los tiempos, hace que el lector quede también atrapado en esa isla. "El arte vigente no precisa de museos", acertado!
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