Ciudades infernales, ciudades telaraña, ciudades mortuorias, ciudades laberinto, ciudades acuáticas, ciudades atadas o ciudades abisales. Todo tipo de metrópolis imaginarias, ciudades invisibles que se alojan dentro de nuestras rígidas ciudades racionales. Italo Calvino describe, abriendo el arca de la fantasía, espacios urbanos legendarios por los que transitan mellizas vestidas de coral, hombres de pelo blanco, gigantes tatuados, cortesanas con abanico de plumas de avestruz, efebos o ciegos guiados por guepardos. Lo insólito se convierte en mundo propio y el texto adquiere apariencia tridimensional.
En cada una de ellas, con nombre de mujer, nuestro afán por explorar la ficción obtiene una ambiciosa recompensa, un emplazamiento desde el que interactuar con nuestros sueños. Ciudades sutiles se despliegan en la imaginación, extendiéndose hacia los fértiles territorios de nuestro recuerdo. Edificios vivos, calles zigzageantes, plazas intemporales, habitantes singulares que pasean por aceras de estaño sorteando caudales refrescantes de un subsuelo movedizo. La ciudad ensoñada se solidifica a cada renglón literario y en su descubrimiento la vemos vestirse con una identidad minuciosa y detallada.
Las ciudades invisibles se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a Kublai Jan, emperador de los tártaros. Cada capítulo del libro va precedido por sus conversaciones, y tras interesantes reflexiones el viajero imaginario le habla de diferentes ciudades imposibles que nos permiten investigar la crisis de la ciudad moderna y la crisis de la naturaleza.
La imagen de la megalópolis, la ciudad continua, uniforme, que va cubriendo el mundo, domina de la misma manera este artístico libro. Al finalizar la lectura sólo ronda una pregunta en mi cabeza: ¿Qué es hoy la ciudad para mi? Tal vez me aproximo a Cloe; sin embargo, desearía que fuera Andria; y aún así, no estoy del todo seguro. Ahora bien, no me cabe ninguna duda que mañana cuando suelte el pomo del portal y me arroje al asfalto de Zaragoza, mis ojos emitirán una nueva mirada. Mañana pues, iniciaré esa luminosa búsqueda que me permita liberarme del infierno... buscaré tal y como apunta el Majestuoso Italo Calvino.
“El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.”
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En cada una de ellas, con nombre de mujer, nuestro afán por explorar la ficción obtiene una ambiciosa recompensa, un emplazamiento desde el que interactuar con nuestros sueños. Ciudades sutiles se despliegan en la imaginación, extendiéndose hacia los fértiles territorios de nuestro recuerdo. Edificios vivos, calles zigzageantes, plazas intemporales, habitantes singulares que pasean por aceras de estaño sorteando caudales refrescantes de un subsuelo movedizo. La ciudad ensoñada se solidifica a cada renglón literario y en su descubrimiento la vemos vestirse con una identidad minuciosa y detallada.
Las ciudades invisibles se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a Kublai Jan, emperador de los tártaros. Cada capítulo del libro va precedido por sus conversaciones, y tras interesantes reflexiones el viajero imaginario le habla de diferentes ciudades imposibles que nos permiten investigar la crisis de la ciudad moderna y la crisis de la naturaleza.
La imagen de la megalópolis, la ciudad continua, uniforme, que va cubriendo el mundo, domina de la misma manera este artístico libro. Al finalizar la lectura sólo ronda una pregunta en mi cabeza: ¿Qué es hoy la ciudad para mi? Tal vez me aproximo a Cloe; sin embargo, desearía que fuera Andria; y aún así, no estoy del todo seguro. Ahora bien, no me cabe ninguna duda que mañana cuando suelte el pomo del portal y me arroje al asfalto de Zaragoza, mis ojos emitirán una nueva mirada. Mañana pues, iniciaré esa luminosa búsqueda que me permita liberarme del infierno... buscaré tal y como apunta el Majestuoso Italo Calvino.
“El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.”
1 comentario :
Recuerdo esta lectura como un placer excepcional, un lujo para la imaginación y los sentidos. Por cierto, me encanta tu comentario sobre cuál es tu concepto de ciudad y cuál de las descritas por Calvino se parece.
Pero como buenas ciudades invisibles, sus ciudades no están en las nuestras, aunque quizá las nuestras estén en las suyas.
Un abrazo.
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