Elijan butaca y tomen asiento. Esto es una performance sobre la ansiedad y la depresión. La luz se ha encendido sobre el escenario, pero hasta que no abran la tapa de este libro, Simon Axler no aparecerá para agitarles. Él es uno de los mejores actores norteamericanos de teatro clásico. Sexagenario. Tiene un problema. No puede actuar. Todo su talento está muerto. Ha perdido su magia. Su impulso está agotado y no conecta con el público. Ahora parece un lunático. Ha perdido su capacidad para abordar un papel, él, que ha interpretado a Falstaff, Peer Gynt o Vania, alguien que desde los cuatro años le fascinaba que le hablaran. De niño siempre tuvo la sensación de que se hallaba en una representación teatral. Se servía de la intensidad al escuchar y de la concentración. Con las mujeres, de joven, tuvo siempre la capacidad de convertirlas en actrices, en las heroínas de sus propias vidas, les sacaba la historia que él les revelaba que tenían, una voz y un estilo que no pertenecían a ninguna otra.
La humillación se compone de tres actos, En el aire leve, La transformación y El último acto. Algo así como, presentación, nudo y desenlace, al estilo de Chéjov.
En el aire leve, presenciaremos la desconexión de Axler. El famoso actor acepta una propuesta para interpretar los papeles de Próspero (baja intensidad) y de Macbeth (alta intensidad) en el Kenedy Center pero proyecta una imagen tan ridícula que sufre un desmoronamiento colosal. A partir de aquí lo veremos convertirse en el hombre privado de sí mismo, de su talento y de su lugar en el mundo, un hombre detestable que no es más que el inventario de sus defectos. Victoria, su esposa, bailarina de profesión, queda presa del pánico y se marcha a vivir a otro lugar. La drogadicción de su hijo descarriado es constante y esto la desborda. Simon Axler decide ingresar en un hospital psiquiátrico para analizar toda su situación y descubrir que ha podido destruir su confianza. Esta en marcha una parodia de sí mismo que antes no existía. ¿Es una manifestación de la vejez? Su aspecto físico sigue siendo todavía impresionante. Sus objetivos como actor no han cambiado, ni su minuciosa manera de prepararse un papel. No hay nadie más riguroso, estudioso y serio, nadie que cuide mejor su propio talento o que se adapte mejor a las condiciones cambiantes de una carrera teatral a lo largo de tantas décadas. Dejar de ser el actor que era de manera tan precipitada resulta inexplicable, como si una noche, mientras dormía, le hubieran despojado del peso y la sustancia de su existencia profesional, de la capacidad de hablar y escuchar mientras le hablaban en un escenario... a eso se reducía todo, y eso era lo que había desaparecido. Dentro de esa isla de emociones, mantiene dos sesiones semanales con el psiquiatra, el doctor Farr. Hacen un examen de las circunstancias de su vida que precedieron a la aparición repentina de lo que el médico denominó «una pesadilla universal». No puede salir a escena. Es incapaz de actuar. Le humilla tanto como si tuviera que salir desnudo por una concurrida calle de la ciudad, como si no estuviera preparado para un examen decisivo, como si se cayese por un precipicio o como descubrir en la carrera que no te funcionan los frenos. Analizan todo tipo de variables. Matrimonio. La muerte de sus padres. La relación con su hijastro drogadicto. Infancia, adolescencia. Sus comienzos como actor. La muerte de lupus de su hermana mayor cuando él tenía 20 años. Axler se esfuerza al máximo por ser sincero y, en consecuencia, revelar los orígenes de su estado, y así recuperar sus facultades. Sin embargo en nada de lo que contaba se percibía una causa para «la pesadilla universal». A los veinte días de estar internado, esa noche duerme del tirón hasta las ocho de la mañana. Participa en las conversaciones grupales. Un anciano, maestro de escuela que había intentado ahorcarse en su garaje les dio una conferencia sobre las maneras en que los de fuera consideraban el suicidio: "El punto de vista más clínico, que ni castiga ni idealiza, es el del psicólogo, que trata de describir el estado mental del suicida, el estado mental que tenía cuando lo hizo." Axler interviene seguidamente y se percata de que lo hace para actuar ante un público más amplio desde que abandonara su profesión de actor.
“El suicidio es el papel que escribes para ti mismo -les dijo-. Lo habitas y representas. Todo está cuidadosamente puesto en escena... donde te encontrarán y de qué manera. -Entonces añadió-: Pero es una sola representación.”
Al terminar esta reunión aparece Sybil van Buren. Morena de piel pálida, menuda y delicada, con la fragilidad ósea de una muchacha enfermiza. Y allí, sentados en una mesa, le cuenta su tormentosa historia. Uno de los momentos más turbadores de la narración. En la página 30.
Cuando crucen esta escena las hojas pasarán por su retina a una velocidad vertiginosa porque se irá poniendo cada vez más interesante. Jerry Oppenheim, su agente le cuenta a Axler que en el Guthrie preparan Larga jornada hacia la noche. Preguntan por él. Quieren que represente a James Tyrone. Le propone soluciones. Le da los mejores consejos. Quiere que se centre.
“Una y otra vez tu manera de actuar me cogía por sorpresa, y a lo largo de los años, emocionabas infinidad de veces al público y siempre me emocionabas. Más que ningún otro actor, te alejabas de lo obvio tanto como era posible. No podías ser rutinario. Querías ir a todas partes. Lejos, lejos, lejos, tan lejos como pudieras. Y el público siempre creía en ti, donde quiera que lo llevases. Cierto que no hay nada establecido de un modo permanente, pero tampoco hay nada permanentemente perdido. Tu talento se ha extraviado, eso es todo.”
Sin embargo, Axler, no quiere atender. Está perdido en sus miedos.
“No, Jerry, ha desaparecido. No puedo hacer de nuevo nada de eso. O eres libre o no lo eres. O eres libre y es auténtico, es real, está vivo, o no es nada. Ya no soy libre.”
“En el fondo siempre he tenido la sensación de que carecía de talento.”
“Todo era una chiripa, mi talento era una chiripa, como lo fue que me viera privado de él. Esta vida es una chiripa desde el principio hasta el fin.”
Transformarse en otra persona le fue siempre liberador y sopesa la idea de meterse en el papel de James Tyrone. Además, su agente, le ha habla de Vicent Daniels, un psicólogo, inconformista, luchador, alguien que le hará volver a la contienda. La persona que le devolverá el espíritu de lucha. Le da su tarjeta para que se ponga en contacto con él y acabe con todo esto.
El segundo acto, La transformación, sirve de tránsito hacia el desenlace final. Axler, entra en otra etapa de su vida desde donde podrá explorar una nueva vía de curación. El amor. Lo catártico rothiano regresa inexorablemente al romance con veinteañeras. Ese es su constante filón literario. Pegeen, la hija lesbiana de unos amigos con los que representó en el pasado El fanfarrón del mundo aparece por su casa, causando un completo estrépito porque él se cae en las escaleras de la entrada y ella le cura las heridas de la mano y le da un vaso de agua. Luego le hace la cena mientras él la observaba sentado desde la mesa de la cocina bebiéndose una cerveza. Pegeen tiene una presencia vibrante, es firme, sana, está rebosante de energía, y pronto deja de tener la sensación de que, sin su talento, se hallaba solo en el mundo. De repente es feliz, un sentimiento inesperado. Axler va a la sala de estar y pone un disco de Schubert interpretado por Brendel. Y... a partir de aquí, empieza el conflicto rothiano. La diferencia de edad. ¿Por qué siendo lesbiana desea estar con alguien como Axler, con los problemas que eso implica? Sus padres eran amigos suyos. Hace que la relación sea un asunto tabú, clandestino. Además él, en el pasado tuvo una relación con su madre y critica la relación de «absurda y desacertada». Su mensaje lleva implícito: No te establezcas como cuidadora de un viejo chiflado. A todo esto se le suma que está empezando a tener dolores en la espina dorsal.
En El último acto, Simon sufre su golpe de realidad. Tras haber experimentado tríos sadomasoquistas para satisfacer a Pegeen y defender su amor por ella ante quien sea, descubre el peso de las limitaciones de su edad, sus frágiles posibilidades de paternidad y en un gesto extraordinariamente paradigmático del héroe de Roth, reflexiona seriamente y al sentir que no puede volver al escenario, sintiendo que el artista ya no puede crear, Roth sugiere, la nada por vivir y en un convincente y poderoso final, Axler hace un perfecto homenaje a Konstantin Gavrilovich, personaje universal de La gaviota de Antón P. Chéjov, quitándose la vida.
La humillación posee un fuerte paralelismo con el drama clásico de Sófocles, O'Neill o Shakespeare. Simon es un héroe trágico perfectamente defectuoso, un suicida deprimido, que sucumbe a un hecho aislado de autotormento. Fantasioso narcisista, se niega a los consejos constructivos de su agente acerca de enfrentarse a su miedo escénico haciendo una reaparición. Pero en lugar de esto, Simon Axler se obceca en restaurar su virilidad y su seguridad profesional por medio del deseo erótico y la renovación sexual para curar su temor a la humillación, al fracaso, a la mortalidad y a todas las espigas y flechas de las cuales la carne es heredera. El trágico método catártico-rothiano que cierra el telón con rugiente maestría.
Y miren, aquí lo tienen una vez más, con su trigésima novela y la séptima en la presente década. Con 76 años a sus espaldas, sigue siendo un coloso literario, cuya capacidad de inspirar, sorprender y enfurecer a sus lectores no ha disminuido ni un ápice. Cada vez refina más su estilo narrativo... ¿Dónde tienen los ojos el gabinete de los Premios Nobel? La humillación consiste en negárselo. Es un Huracán en papel. ¡Disfrutadlo!
“El suicidio es el papel que escribes para ti mismo -les dijo-. Lo habitas y representas. Todo está cuidadosamente puesto en escena... donde te encontrarán y de qué manera. -Entonces añadió-: Pero es una sola representación.”
Al terminar esta reunión aparece Sybil van Buren. Morena de piel pálida, menuda y delicada, con la fragilidad ósea de una muchacha enfermiza. Y allí, sentados en una mesa, le cuenta su tormentosa historia. Uno de los momentos más turbadores de la narración. En la página 30.
“No estoy loca. Le vi hacerlo.”
Cuando crucen esta escena las hojas pasarán por su retina a una velocidad vertiginosa porque se irá poniendo cada vez más interesante. Jerry Oppenheim, su agente le cuenta a Axler que en el Guthrie preparan Larga jornada hacia la noche. Preguntan por él. Quieren que represente a James Tyrone. Le propone soluciones. Le da los mejores consejos. Quiere que se centre.
“Una y otra vez tu manera de actuar me cogía por sorpresa, y a lo largo de los años, emocionabas infinidad de veces al público y siempre me emocionabas. Más que ningún otro actor, te alejabas de lo obvio tanto como era posible. No podías ser rutinario. Querías ir a todas partes. Lejos, lejos, lejos, tan lejos como pudieras. Y el público siempre creía en ti, donde quiera que lo llevases. Cierto que no hay nada establecido de un modo permanente, pero tampoco hay nada permanentemente perdido. Tu talento se ha extraviado, eso es todo.”
Sin embargo, Axler, no quiere atender. Está perdido en sus miedos.
“No, Jerry, ha desaparecido. No puedo hacer de nuevo nada de eso. O eres libre o no lo eres. O eres libre y es auténtico, es real, está vivo, o no es nada. Ya no soy libre.”
“En el fondo siempre he tenido la sensación de que carecía de talento.”
“Todo era una chiripa, mi talento era una chiripa, como lo fue que me viera privado de él. Esta vida es una chiripa desde el principio hasta el fin.”
Transformarse en otra persona le fue siempre liberador y sopesa la idea de meterse en el papel de James Tyrone. Además, su agente, le ha habla de Vicent Daniels, un psicólogo, inconformista, luchador, alguien que le hará volver a la contienda. La persona que le devolverá el espíritu de lucha. Le da su tarjeta para que se ponga en contacto con él y acabe con todo esto.
El segundo acto, La transformación, sirve de tránsito hacia el desenlace final. Axler, entra en otra etapa de su vida desde donde podrá explorar una nueva vía de curación. El amor. Lo catártico rothiano regresa inexorablemente al romance con veinteañeras. Ese es su constante filón literario. Pegeen, la hija lesbiana de unos amigos con los que representó en el pasado El fanfarrón del mundo aparece por su casa, causando un completo estrépito porque él se cae en las escaleras de la entrada y ella le cura las heridas de la mano y le da un vaso de agua. Luego le hace la cena mientras él la observaba sentado desde la mesa de la cocina bebiéndose una cerveza. Pegeen tiene una presencia vibrante, es firme, sana, está rebosante de energía, y pronto deja de tener la sensación de que, sin su talento, se hallaba solo en el mundo. De repente es feliz, un sentimiento inesperado. Axler va a la sala de estar y pone un disco de Schubert interpretado por Brendel. Y... a partir de aquí, empieza el conflicto rothiano. La diferencia de edad. ¿Por qué siendo lesbiana desea estar con alguien como Axler, con los problemas que eso implica? Sus padres eran amigos suyos. Hace que la relación sea un asunto tabú, clandestino. Además él, en el pasado tuvo una relación con su madre y critica la relación de «absurda y desacertada». Su mensaje lleva implícito: No te establezcas como cuidadora de un viejo chiflado. A todo esto se le suma que está empezando a tener dolores en la espina dorsal.
En El último acto, Simon sufre su golpe de realidad. Tras haber experimentado tríos sadomasoquistas para satisfacer a Pegeen y defender su amor por ella ante quien sea, descubre el peso de las limitaciones de su edad, sus frágiles posibilidades de paternidad y en un gesto extraordinariamente paradigmático del héroe de Roth, reflexiona seriamente y al sentir que no puede volver al escenario, sintiendo que el artista ya no puede crear, Roth sugiere, la nada por vivir y en un convincente y poderoso final, Axler hace un perfecto homenaje a Konstantin Gavrilovich, personaje universal de La gaviota de Antón P. Chéjov, quitándose la vida.
La humillación posee un fuerte paralelismo con el drama clásico de Sófocles, O'Neill o Shakespeare. Simon es un héroe trágico perfectamente defectuoso, un suicida deprimido, que sucumbe a un hecho aislado de autotormento. Fantasioso narcisista, se niega a los consejos constructivos de su agente acerca de enfrentarse a su miedo escénico haciendo una reaparición. Pero en lugar de esto, Simon Axler se obceca en restaurar su virilidad y su seguridad profesional por medio del deseo erótico y la renovación sexual para curar su temor a la humillación, al fracaso, a la mortalidad y a todas las espigas y flechas de las cuales la carne es heredera. El trágico método catártico-rothiano que cierra el telón con rugiente maestría.
Y miren, aquí lo tienen una vez más, con su trigésima novela y la séptima en la presente década. Con 76 años a sus espaldas, sigue siendo un coloso literario, cuya capacidad de inspirar, sorprender y enfurecer a sus lectores no ha disminuido ni un ápice. Cada vez refina más su estilo narrativo... ¿Dónde tienen los ojos el gabinete de los Premios Nobel? La humillación consiste en negárselo. Es un Huracán en papel. ¡Disfrutadlo!
2 comentarios :
Es el primer libro de Roth que leo y me pareció un buen comienzo. "El suicidio es el papel que escribes para ti mismo..." es la misma cita que elegí para mi breve reseña. Vaya párrafo.
Pero tío, no le cuentes el final a quienes no lo leyeron!! No practiques la humillación de tal manera!
Saludos
Buena reseña
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