Ha sido terrible. Siento un peso en el pecho. Como una gruesa placa metálica que oprime mis blandos pulmones impidiéndome respirar. Como si las galerías por donde transita el oxígeno hubieran quedado obstruidas, en un estado de hipoxia fatal. Esta obra ha mermado la capacidad de mi expresión nada más terminar de leerla y sin embargo necesito explicarme para romper la falta de impulso verbal. Es como si la literatura de Sacher-Masoch hubiera creado un estado nefasto de confusión y de temor en mi palabra. Su ficción me ha herido. Leer puede suponer también una experiencia adversa y fatigosa, pues lo real es que soy víctima de una nebulosa paralizante en mi razón. Tengo cierta dificultad para visualizar lo que me ha pasado mientras leía. Y a la vez sé que debo desencriptar lo que reposa subyacente en toda esta porfía de lujuria masoquista. Así que voy a emprender un catártico esfuerzo de síntesis para arrojar mis impresiones y parte de mi penalidad al silencio de la blogosfera. Esto tiene que quedar grabado en el tiempo.
Velvet Underground - Venus de las pieles
Al comenzar la lectura me sedujo en parte la propuesta de Severin. De repente los roles convencionales de sexualidad se transformaron por completo. De arriba a abajo. De martillo a yunque, como diría el Fausto de Goethe. El hombre pasaba a manos de la mujer. Expuesto íntegramente a su merced. A su despotismo veleidoso. La idea era interesante, experimental. Ahora soy consciente de la gravedad de este asunto. De ahí mi tensión. Creo que sufrirlo como lector me ha permitido liberarme a la postre de la subliminalidad de esta algolagnia caprichosa y cruel.
“siento en lo más profundo de mi ser cómo mi vida depende de la tuya; si te separas de mi moriré, sucumbiré.”
Severin se comporta como un asno con la Venus de las pieles, para encandilarla, pero sobre todo, a mi juicio, para instalarse en las comodidades ventajosas de la potentada mujer. Su sierva invitación procede de las garras de un lobo sediento de lujos y extravagancias. Su severidad y su placer queda desenmascarado tras inocular en la Venus de las pieles el veneno del egoísmo y la dominación. Un regalo difícil de rechazar por la morbosa actitud inicial de amor y admiración. El juego patológico que desencadena esta perversión erótica genera una enfermiza relación amo-esclavo, en la que se describe meticulosamente las prácticas sexuales de dos amantes dispuestos a llegar a la raíz de la depravación más indigna, hacia una sucinta vejación in crescendo y brutal. Mezclando fascinación, amor, deseo, sexualidad, fetichismo, poder, libertad, roles de género, dependencia, contrato social y límites del placer. El vínculo entre ellos se inicia por medio de una atractiva propuesta de poder y dominación. Severín le pide a Wanda que le ate, que le golpee, le humille y le sodomice. Descaradamente. Sin privación. Una relación claramente escandalosa de masoquismo. En esta obra, encontrarán las minuciosas confesiones de Severin von Kusiemski, un hipersensual que asegura encontrar placer en el sufrimiento, en el azote del látigo y la humillación, a través de los tormentos más terribles, incluso la muerte si llegara. Solemne ¿verdad? Pues aún hay más.
“Yo quiero ser el yunque. No puedo ser feliz si miro con desprecio a mi amada. Quiero adorar a una mujer, y eso sólo puedo hacerlo si es cruel conmigo. [...] Tan solo se puede amar lo que está por encima de nosotros, una mujer que nos somete con su belleza, su temperamento, su espíritu, su fuerza de voluntad, que sea despótica.”
En un balneario de los Montes Cárpatos de Austria, conoce a Wanda von Dunajew, la Venus de las pieles, de la que quedará prendidamente enamorado por su belleza y sus coquetos encantos. Musa de su depravación le pide insistentemente ser su esclavo, ser el mártir del ideal que ella representa: una dama de grandeza egoísta, como lo fue Catalina II de Rusia o Dalila, la perdición de Sansón.
“Si no puedo gozar plenamente de la dicha del amor, entonces quiero saborear sus dolores, sus tormentos, hasta el final, entonces quiero ser maltratado, traicionado por la mujer a la que amo, y cuanta mayor sea su crueldad, tanto mejor. ¡También eso es un placer!”
Tras mucha resistencia por parte de Wanda y un dialogo de titanes, las claves del juego se van asentando poco a poco.
“Pues claro -dijo ella-, presta atención a lo que voy a decirte: nunca te sientas seguro con una mujer a la que amas, pues la naturaleza de la mujer alberga más peligros de los que crees. Las mujeres no son tan buenas, como dicen sus admiradores y defensores, ni tan malas como las pintan sus enemigos. El carácter de la mujer es la falta de carácter.”
Severin consigue presentar con severos argumentos su solicitud de mortificación y Wanda termina aceptando excitada esta propuesta de subyugación. Todas las apetencias y deseos se describen con desmesurada transparencia, inmortalizadas ya en el apellido de este autor. Hacerse atar, azotar y humillar por una mujer corpulenta vestida con pieles de armiño, similar a la que Tiziano pintó en 1555 en su obra Venus con espejo.
“Yo quiero ser el yunque. No puedo ser feliz si miro con desprecio a mi amada. Quiero adorar a una mujer, y eso sólo puedo hacerlo si es cruel conmigo.”
Wanda poco a poco va tomando conciencia y desplegando las diversas emociones que las posibilidades de su rol de dueña le permiten, y gracias a la literatura de Sacher-Masoch podemos profundizar fielmente en la psicología de ambos personajes socabados en su cometido excepcional.
“Para que tengas toda la sensación de estar en mis manos, he añadido un segundo documento en el que declaras que estás decidido a quitarte la vida. Puedo incluso matarte si quiero.”
Y como colofón hiperdesaforado la furia y el deseo de control llegará a su extremo cuando Wanda, la Venus de las pieles, redacte el contrato que Severin deberá firmar como esclavo , e incluso admitir en sus escenas de sumisión a un tercer amante, Apolo, el griego. Para exasperar más sus nervios o, mejor aún, su sensualidad demoníaca insatisfecha.
El señor Severin von Kusiemski deja de ser en el día de hoy el prometido de la señora Wanda von Dunajew y renuncia a todos sus derechos como tal; en cambio se obliga con su palabra de honor como hombre y caballero a ser en adelante el esclavo de la susodicha y además hasta el momento en que ella misma le devuelva la libertad.
En su condición de esclavo de la señora von Dunajew habrá de obedecer al nombre de Gregor, cumplir incondicionalmente cada uno de sus deseos, obedecer cada una de sus órdenes, tratar a su propietaria con la debida sumisión, considerar cada signo de su favor como una merced extraordinaria.
La señora von Denajew no podrá castigar únicamente a su esclavo por cualquier falta o descuido, según su buen parecer, sino que también tendrá el derecho a maltratarle según capricho o tan sólo por entretenerse, como ella tenga en consideración, incluso a matarle, si así lo estima; en suma, ejercerá sobre él un derecho de propietario ilimitado.
En el caso de que la señora von Denejew tuviera a bien devolver la libertad a su esclavo, el señor Severin von Kusiemski se compromete a olvidar todo lo que haya conocido y soportado como esclavo nunca jamás, bajo ninguna circunstancia, pensará en venganza y represalias.
La señora von Dunajew, por su parte, promete aparecer ante él, como su señora, siempre que sea posible, vestida con pieles, en especial cuando haya sido cruel con su esclavo.
Al leer el contrato, Severin siente un profundo espanto y empieza a pensar en una retracción, pero la demencia de la ciega pasión le arrebata. Aún tiene aguante para continuar y ella se arma de ayuda para encontrar los límites y "curarle".
“Mientras ella me azota, el semblante de Wanda adquiere ese carácter cruel y burlón que a mí me embelesa de forma tan siniestra.”
A los latigazos y la risa cruel de Wanda se le suman los ignominiosos latigazos de Apolo, y uno tras otro terminan arrancándole toda la poesía que alojaba su lascivia fantasía, hasta llevarle al saco, a la red de la mujer traicionera, a la miseria, a la esclavitud y al abandono, porque ella coge las maletas y desaparece con el griego, mientras él queda ensangrentado por los latigazos y encogido como una lombriz a la que se pisa. La historia se repite en cada nuevo vinculo creado desde una relación de masoquismo. El que golpea se cansa de su víctima y la deja para encontrar a alguien que le aporte fortaleza.
Severin, al leer de nuevo sus confesiones, añade una interesante moraleja. Por un lado dice que quien se deja azotar, merece que le azoten y por otro dice que
“La mujer tal y como la ha creado la naturaleza y como se relaciona en el presente con el hombre, es su enemigo, y sólo puede ser su esclava o su déspota, pero nunca su compañera. Sólo podrá ser esto último, cuando gocen de los mismos derechos, cuando haya igualdad en la formación y en el trabajo.”
Lo que está claro es que ni los monos sagrados de Benarés (nombre con el que calificaba Schopenhauer a la mujer) ni el gallo de Platón son la imagen de la perfección. Esta es la historia de otra des-ilusión. La experiencia ha sido terrible. Tengo la sensación de que el alma del escritor estaba determinada por una constante súplica. Descubrí durante la lectura que las últimas palabras Leopold von Sacher-Masoch justo antes de morir fueron "ámame".
En cuanto a los otros relatos, también recreados con pieles de armiño, poseen en común la venganza; la venganza de La zarina negra; la venganza de una mujer Vendida; la venganza de Teresa contra el pintor Friedrich Briege en La novela de un egoísta; la venganza en Un duelo americano entre un artista y un coronel por una mujer traidora, donde las cartas de una baraja decidirán sus destinos. Rojo, vida. Negro, muerte. A esto le sigue la venganza de Warndorf hacia una femme incomprise, tras pasar Una prueba cruel; la Venganza femenina de Nadeschda von Olsufiev contra la princesa Katinka Gagarin para hacerse con el amor del conde Dimitri Strogonoff, su preferido; la venganza de la señora Mellin contra el capitán Pauloff por medio de una tortura de Amor con el bastón del sargento; la captura del talentoso pianista Theodor Döhler por medio de las estratagemas de la princesa C, en un escenario romántico y pastoril que recuerda a las pinturas de Caspar David Friedrich y para finalizar el relato de Las amigas y sus celos de conquista. Un broche que remata la serie narrativa regresando al tema de la belleza despiadada y a la necesidad de servir y hacerse esclavo de una cruel mujer. Francamente terrible. Una literatura a la que jamás volveré. Tengo la impresión de que Sacher-Masoch nunca leyó ni a Walt Whitman ni a Friedrich Hölderlin. Sólo aboga al sufrimiento y al dolor. Un erotismo antinatural del que por fin me he liberado. La síntesis termina aquí.
"te lo suplico, dame patadas, si no me volveré loco"
Velvet Underground - Venus de las pieles
Al comenzar la lectura me sedujo en parte la propuesta de Severin. De repente los roles convencionales de sexualidad se transformaron por completo. De arriba a abajo. De martillo a yunque, como diría el Fausto de Goethe. El hombre pasaba a manos de la mujer. Expuesto íntegramente a su merced. A su despotismo veleidoso. La idea era interesante, experimental. Ahora soy consciente de la gravedad de este asunto. De ahí mi tensión. Creo que sufrirlo como lector me ha permitido liberarme a la postre de la subliminalidad de esta algolagnia caprichosa y cruel.
“siento en lo más profundo de mi ser cómo mi vida depende de la tuya; si te separas de mi moriré, sucumbiré.”
Severin se comporta como un asno con la Venus de las pieles, para encandilarla, pero sobre todo, a mi juicio, para instalarse en las comodidades ventajosas de la potentada mujer. Su sierva invitación procede de las garras de un lobo sediento de lujos y extravagancias. Su severidad y su placer queda desenmascarado tras inocular en la Venus de las pieles el veneno del egoísmo y la dominación. Un regalo difícil de rechazar por la morbosa actitud inicial de amor y admiración. El juego patológico que desencadena esta perversión erótica genera una enfermiza relación amo-esclavo, en la que se describe meticulosamente las prácticas sexuales de dos amantes dispuestos a llegar a la raíz de la depravación más indigna, hacia una sucinta vejación in crescendo y brutal. Mezclando fascinación, amor, deseo, sexualidad, fetichismo, poder, libertad, roles de género, dependencia, contrato social y límites del placer. El vínculo entre ellos se inicia por medio de una atractiva propuesta de poder y dominación. Severín le pide a Wanda que le ate, que le golpee, le humille y le sodomice. Descaradamente. Sin privación. Una relación claramente escandalosa de masoquismo. En esta obra, encontrarán las minuciosas confesiones de Severin von Kusiemski, un hipersensual que asegura encontrar placer en el sufrimiento, en el azote del látigo y la humillación, a través de los tormentos más terribles, incluso la muerte si llegara. Solemne ¿verdad? Pues aún hay más.
“Yo quiero ser el yunque. No puedo ser feliz si miro con desprecio a mi amada. Quiero adorar a una mujer, y eso sólo puedo hacerlo si es cruel conmigo. [...] Tan solo se puede amar lo que está por encima de nosotros, una mujer que nos somete con su belleza, su temperamento, su espíritu, su fuerza de voluntad, que sea despótica.”
En un balneario de los Montes Cárpatos de Austria, conoce a Wanda von Dunajew, la Venus de las pieles, de la que quedará prendidamente enamorado por su belleza y sus coquetos encantos. Musa de su depravación le pide insistentemente ser su esclavo, ser el mártir del ideal que ella representa: una dama de grandeza egoísta, como lo fue Catalina II de Rusia o Dalila, la perdición de Sansón.
“Si no puedo gozar plenamente de la dicha del amor, entonces quiero saborear sus dolores, sus tormentos, hasta el final, entonces quiero ser maltratado, traicionado por la mujer a la que amo, y cuanta mayor sea su crueldad, tanto mejor. ¡También eso es un placer!”
Tras mucha resistencia por parte de Wanda y un dialogo de titanes, las claves del juego se van asentando poco a poco.
“Pues claro -dijo ella-, presta atención a lo que voy a decirte: nunca te sientas seguro con una mujer a la que amas, pues la naturaleza de la mujer alberga más peligros de los que crees. Las mujeres no son tan buenas, como dicen sus admiradores y defensores, ni tan malas como las pintan sus enemigos. El carácter de la mujer es la falta de carácter.”
Severin consigue presentar con severos argumentos su solicitud de mortificación y Wanda termina aceptando excitada esta propuesta de subyugación. Todas las apetencias y deseos se describen con desmesurada transparencia, inmortalizadas ya en el apellido de este autor. Hacerse atar, azotar y humillar por una mujer corpulenta vestida con pieles de armiño, similar a la que Tiziano pintó en 1555 en su obra Venus con espejo.
“Yo quiero ser el yunque. No puedo ser feliz si miro con desprecio a mi amada. Quiero adorar a una mujer, y eso sólo puedo hacerlo si es cruel conmigo.”
Wanda poco a poco va tomando conciencia y desplegando las diversas emociones que las posibilidades de su rol de dueña le permiten, y gracias a la literatura de Sacher-Masoch podemos profundizar fielmente en la psicología de ambos personajes socabados en su cometido excepcional.
“Para que tengas toda la sensación de estar en mis manos, he añadido un segundo documento en el que declaras que estás decidido a quitarte la vida. Puedo incluso matarte si quiero.”
Y como colofón hiperdesaforado la furia y el deseo de control llegará a su extremo cuando Wanda, la Venus de las pieles, redacte el contrato que Severin deberá firmar como esclavo , e incluso admitir en sus escenas de sumisión a un tercer amante, Apolo, el griego. Para exasperar más sus nervios o, mejor aún, su sensualidad demoníaca insatisfecha.
El señor Severin von Kusiemski deja de ser en el día de hoy el prometido de la señora Wanda von Dunajew y renuncia a todos sus derechos como tal; en cambio se obliga con su palabra de honor como hombre y caballero a ser en adelante el esclavo de la susodicha y además hasta el momento en que ella misma le devuelva la libertad.
En su condición de esclavo de la señora von Dunajew habrá de obedecer al nombre de Gregor, cumplir incondicionalmente cada uno de sus deseos, obedecer cada una de sus órdenes, tratar a su propietaria con la debida sumisión, considerar cada signo de su favor como una merced extraordinaria.
La señora von Denajew no podrá castigar únicamente a su esclavo por cualquier falta o descuido, según su buen parecer, sino que también tendrá el derecho a maltratarle según capricho o tan sólo por entretenerse, como ella tenga en consideración, incluso a matarle, si así lo estima; en suma, ejercerá sobre él un derecho de propietario ilimitado.
En el caso de que la señora von Denejew tuviera a bien devolver la libertad a su esclavo, el señor Severin von Kusiemski se compromete a olvidar todo lo que haya conocido y soportado como esclavo nunca jamás, bajo ninguna circunstancia, pensará en venganza y represalias.
La señora von Dunajew, por su parte, promete aparecer ante él, como su señora, siempre que sea posible, vestida con pieles, en especial cuando haya sido cruel con su esclavo.
Al leer el contrato, Severin siente un profundo espanto y empieza a pensar en una retracción, pero la demencia de la ciega pasión le arrebata. Aún tiene aguante para continuar y ella se arma de ayuda para encontrar los límites y "curarle".
“Mientras ella me azota, el semblante de Wanda adquiere ese carácter cruel y burlón que a mí me embelesa de forma tan siniestra.”
A los latigazos y la risa cruel de Wanda se le suman los ignominiosos latigazos de Apolo, y uno tras otro terminan arrancándole toda la poesía que alojaba su lascivia fantasía, hasta llevarle al saco, a la red de la mujer traicionera, a la miseria, a la esclavitud y al abandono, porque ella coge las maletas y desaparece con el griego, mientras él queda ensangrentado por los latigazos y encogido como una lombriz a la que se pisa. La historia se repite en cada nuevo vinculo creado desde una relación de masoquismo. El que golpea se cansa de su víctima y la deja para encontrar a alguien que le aporte fortaleza.
Severin, al leer de nuevo sus confesiones, añade una interesante moraleja. Por un lado dice que quien se deja azotar, merece que le azoten y por otro dice que
“La mujer tal y como la ha creado la naturaleza y como se relaciona en el presente con el hombre, es su enemigo, y sólo puede ser su esclava o su déspota, pero nunca su compañera. Sólo podrá ser esto último, cuando gocen de los mismos derechos, cuando haya igualdad en la formación y en el trabajo.”
Lo que está claro es que ni los monos sagrados de Benarés (nombre con el que calificaba Schopenhauer a la mujer) ni el gallo de Platón son la imagen de la perfección. Esta es la historia de otra des-ilusión. La experiencia ha sido terrible. Tengo la sensación de que el alma del escritor estaba determinada por una constante súplica. Descubrí durante la lectura que las últimas palabras Leopold von Sacher-Masoch justo antes de morir fueron "ámame".
En cuanto a los otros relatos, también recreados con pieles de armiño, poseen en común la venganza; la venganza de La zarina negra; la venganza de una mujer Vendida; la venganza de Teresa contra el pintor Friedrich Briege en La novela de un egoísta; la venganza en Un duelo americano entre un artista y un coronel por una mujer traidora, donde las cartas de una baraja decidirán sus destinos. Rojo, vida. Negro, muerte. A esto le sigue la venganza de Warndorf hacia una femme incomprise, tras pasar Una prueba cruel; la Venganza femenina de Nadeschda von Olsufiev contra la princesa Katinka Gagarin para hacerse con el amor del conde Dimitri Strogonoff, su preferido; la venganza de la señora Mellin contra el capitán Pauloff por medio de una tortura de Amor con el bastón del sargento; la captura del talentoso pianista Theodor Döhler por medio de las estratagemas de la princesa C, en un escenario romántico y pastoril que recuerda a las pinturas de Caspar David Friedrich y para finalizar el relato de Las amigas y sus celos de conquista. Un broche que remata la serie narrativa regresando al tema de la belleza despiadada y a la necesidad de servir y hacerse esclavo de una cruel mujer. Francamente terrible. Una literatura a la que jamás volveré. Tengo la impresión de que Sacher-Masoch nunca leyó ni a Walt Whitman ni a Friedrich Hölderlin. Sólo aboga al sufrimiento y al dolor. Un erotismo antinatural del que por fin me he liberado. La síntesis termina aquí.
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