Basada en un hecho real. Narrada tan de cerca que el agua te salpica y te despierta. Y cuando la has terminado de leer sientes que la vida es mucho más intensa y enigmática y el mar se convierte en símbolo de un océano interior, agente que transita e intercede entre lo voluble y lo formal, entre lo efímero y lo fatídico, como toda fuente rebosante de vigor.
"Aquel sol que empezaba a ampollarme la piel y con aquella hambre que me dolía el estómago. Y sobre todo con aquella sed. Cada vez me resultaba más difícil respirar."
Esta historia se hace real porque está reconstruida con una literatura sensible y arriesgada, con tesón y compromiso, cuando Gabriel García Márquez trabajaba de reportero de planta en el diario El Espectador de Bogotá, bajo la dictadura militar y folklórica del general Gustavo Rojas Pinilla, autor de la matanza de decenas de estudiantes en el centro de la capital cuando participaban en una manifestación pacífica, y de la muerte de varios taurófilos dominicales que abuchearon a la hija del dictador en la plaza de toros. La prensa estaba entonces censurada y este relato pudo costarle el pellejo al Premio Nobel. Sólo por eso merece ya el empeño de leerla. Pero, dejando de lado el contexto político y social, Relato de un náufrago alcanza la gloria por ser una obra de recorrido trascendental que finaliza en victoria sobre los dos peligros esenciales de todo navegar: la destrucción y triunfo del océano contra el hombre, como metáfora de lo inconsciente; o el retroceso que sume al individuo hacia una regresión y un estancamiento desolador. No se la pierdan y encuéntrenla. Yo la leí a orillas del mar mediterráneo mientras las olas besaban mis pies. No recuerdo si fue casualidad. Seguramente no y un poco sí.
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