Aramburu ha perdido su fuerza satírica. Tras leer Patria esta novela se queda transformada en un minúsculo juguete cómico. La historia de Hijos de la fábula es rebajada a simples andanzas quijotescas entre dos jóvenes vascos, Asier y Joseba, que ambicionan mantener viva la llama de ETA para lograr el sueño de una Heuskal Herria. Los personajes son inverosímiles, la trama es descabellada y el final grotesco. Se ha caído en su proyecto ético de apresar la realidad vasca. Y no sólo ha supuesto un hundimiento literario sino que ha demostrado su incapacidad para tratar como escritor la complejidad del pueblo vasco, errando con la misma frivolidad con la que Christian de Neuvillette entró en Moulin Rouge. Aramburu se distrae en lo efímero y el resultado se confirma en una falta de creatividad para adentrarse en la identidad y la vida del pueblo vasco. Todo lo que se omite en las escenas principales destruye la novela. En este caso los silencios han traicionado su proyecto. Y son esos mismos silencios los que permitirán en un futuro no muy lejano crear la arquitectura literaria de una obra que haga justicia a dicha realidad. Pero para eso hace falta un escritor con una visión más enriquecedora, que posea mucha más personalidad, más carácter, más inteligencia y más autonomía, para no sucumbir a la presión del entorno, como en la fábula de "El patito feo". ¡Blum!
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