Este año se competirá en la República de Sudáfrica por la Copa Mundial de fútbol así que todas las miradas se posarán en uno de los territorios más fascinantes y castigados del planeta tierra. Por esto mismo he querido empezar el 2010 acercándome a la lúcida literatura de una escritora sudafricana que obtuvo en 1991 el Premio Nobel de Literatura. Nadine Gordimer. Dentro de ciento cuarenta días, cuando empiece este titánico torneo, en mi cabeza sobrevolará la obra de Gordimer, con su realismo social, dispuesta a revelar la infausta crónica del país de Nelson Mandela.
En sus letras, Gordimer, muestra como telón de fondo la colonización, el apartheid, los conflictos interétnicos entre afrikaneers, xhosas y zulús. Su literatura exhibe la avaricia del hombre blanco por controlar la riqueza de los yacimientos de diamantes y minas de oro, la guerra entre británicos y bóers por el control de los recursos minerales del país. La historia de un territorio saqueado a nativos milenarios hechos esclavos y condenados a la mirada sucia y engreída del racismo. Una subyugación en la que los bóers se revelaron y lucharon con furia pero sin éxito puesto que no podían hacer frente al devastador ejercito británico, que les instigaba utilizando la táctica de la tierra quemada. Destruir cualquier recurso que pudiera hacerles subsistir: campos de cereales, granjas, transportes, refugios, poblaciones locales y suministros. Sin compasión. Como en todas las guerras.
Con la victoria, planearon una estrategia de control poblacional. Prácticamente el 75% de la población era negra, la táctica política subsiguiente fue la segregación. Sólo los blancos tenían derecho a voto, sólo ellos podían viajar libremente por el país y se les permitía ganar más dinero por la ejecución del mismo trabajo. Los negros eran expulsados a vivir alejados de los blancos y su educación se veía limitada a escuelas separadas de un ámbito empobrecido en recursos. Con el paso de los años, el apartheid provocó repudio, rechazo e indignación en el mundo entero. Numerosos países rompieron relaciones diplomáticas y comerciales con Sudáfrica, generando un creciente aislamiento del gobierno sudafricano. El país fue excluido de los Juegos Olímpicos, de las Copas Mundiales de fútbol, rugby y otras competencias deportivas. Su presencia era intolerable.
“No eres «propietario» de un país simplemente por firmar un papelito, como compraste el título de propiedad de tu finca.”
El conservador es un industrial cincuentón que decide comprar una finca en Sudáfrica para sentir la belleza de la naturaleza. A su cargo tiene a varios nativos que le trabajan la tierra y le cuidan del ganado. Ninguno de ellos le cuestionada nada aunque Merhing no es muy docto en asuntos agrícolas. Un día Jacobus encuentra a un hombre muerto en la orilla del río que atraviesa su terreno. Este es el único hecho que generará inquietud en el propietario, mientras que a su empleado Jacobus le notaremos siempre una actitud mucho más alerta en sus rutinas diarias. Entre ellos la conservación de los huevos moteados de gallina de Guinea que se encuentran entre los juncos y que los niños capturan como trofeo y divertimento. Un patrimonio ecológico que sus ancestros siempre protegieron y que la transformación sociocultural en la que han entrado pone en peligro desde las nuevas generaciones.
“... los africanos disponían de papeles que les convertían en residentes temporales del lugar en que nacieron.”
Mehring vive obsesionado por la posesión de sus bienes. Su mayor deseo es conservar a toda costa la vida que lleva, con independencia de las peticiones de su amante izquierdista o de su hijo hippie que se aferra pretenciosamente al estilo de vida neoyorkino. En todas sus conversaciones destaca el lado más sincero de todos ellos.
“Es una idiotez ignorar que el sexo está mezclado con ideas emocionales que han ido creciendo a su alrededor hasta hacerse parte de él, desde el amor cortesano hasta la pasión inmoral y todas esas cosas, que no son dolores de crecimiento. Son tan poderosas a los cuarenta como a los diecisiete. Más. Cuanto más maduro eres, mejor y más humildemente reconoces su importancia.”
Al leer esta novela he podido apercibir una porción de la vida en África. He disfrutado de las descripciones del paisaje y de los detalles de su naturaleza. Durante la lectura tienes la sensación de estar junto a ellos y compartir sus vidas. Parece que no pasan grandes cosas y al finalizar la historia el círculo se cierra inexorablemente con ese final tan inesperado y que define la brecha creada entre afrikaneers y negros. En ese bosque silencioso. Es un final potente. Un final que dignifica a África. Y esto, quienes mejor lo han sabido hacer, han sido Olive Schreiner, Nadine Gordimer y Doris Lessing que posiblemente son los escritores que han estado más comprometidos con África en su escritura.
Este año, la que fue séptima mujer en ganar los Nobel, me hará acordarme de este mágico país de una manera más humana, más concreta y realista. Es una lástima que existan tantos Mehring en el planeta. Es una verdadera lástima. Por mi parte, cada patada que se le de al balón en el Mundial 2010, supondrá una patada al segregacionismo friático y cerril. Una victoria de la literatura y los derechos humanos.
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