HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

domingo, 28 de noviembre de 2010

Sunset Park, de Paul Auster


El martes pasado al acercarme por el escaparate de mi magnética librería fetiche irrumpió en mis retinas de una manera súbita la nueva novela de Paul Auster. Justo era el día de su publicación en España. Martes, 23 de noviembre. Dos semanas después de haberse puesto a la venta en EEUU. Esto si que es mercadotecnia y casualidad —me dije. Estamos de enhorabuena, o eso parece. Ahora empiezan a llegar los peces gordos de la literatura norteamericana. Vi la novela colocada en el centro de todos los libros. El lugar más visible y tentador de todos. El título es muy suyo, muy localista. ¿No querrá hacer lo mismo que Jonathan Franzeen? Pensé: —Mira a ese chico como lanza la moneda al aire. La va a atrapar. Y mientras seguirá su camino por Sunset Park, Brooklyn, el barrio neoyorkino del que Auster es cronista reincidente—. ¿Cuál será la nueva coincidencia que quiere mostrarnos? Todas sus obras contienen una. Es un juego austeriano que me resulta excitante resolver. En esta ocasión tiene que ver con la juventud y con El Gran Gatsby, la última gran novela americana.

Miles Heller tiene 28 años y trabaja para una compañía de Florida que limpia casas de familias que han sido desahuciadas. Está obsesionado con fotografiar los miles de objetos abandonados que se quedan en estas casas, en los que ve el alma y parte de la identidad de quienes habitaron esos hogares. Descubriremos un Hospital de las cosas rotas, que se especializa en la reparación de los artefactos de un mundo desaparecido. Una famosa actriz que se prepara para regresar a Broadway. Un editor independiente tratando desesperadamente de salvar su negocio y su matrimonio. Green-Wood, el cementerio de Sunset Park, un lugar muy literario. Y Pilar Sánchez, la chica de 17 años de la que se enamora irremediablemente. Pero un paso en falso y será acusado de abuso.

Sunset Park sigue las esperanzas y los temores de un elenco de personajes reunidos por el misterioso Heller Miles durante los meses oscuros de la caída económica de 2008. Todo está ligado entre sí por los temas de la película Los mejores años de nuestras vidas, con la intención de describir la América contemporánea y sus fantasmas. Sunset Park tiene la pretensión de querer contarnos la decadencia de norteamérica sin ofensas. Por mi parte no veo con claridad la tragedia que hay detrás de toda esta bancarrota que nos deseaba relatar. Sólo veo personajes borrosos y un envite a Dublinesca de Vila-Matas, un importante contacto literario que Auster tiene en España, donde recibió el Príncipe de Asturias. Durante la lectura no he querido tragarme ese tapón editorial que dice existir cuando utiliza a Rezo Michaelson para describirnos a los jóvenes escritores cercenados. Creo que como Auster no se espabile, se lo comen.

Iré leyendo poco a poco las críticas ajenas, pero no de aquellos que son fieles seguidores a su nombre sino a la literatura de altura. Auster necesita acercarse más todavía al laboratorio observacional de Don DeLillo: basuras, análisis crudo de la realidad, descenso radical al submundo, viajes directos hacia el Punto Omega. En Sunset Park tan sólo veo un tour de force emotivo pero que no llega a explotar. Repite otra vez el tema del incesto como hizo en Invisible, sin relevancia. Tan sólo rescato este párrafo, porque es aquí donde creo que está la verdadera posibilidad de hacer buena literatura. Con este enfoque. Y por último, no se dejen llevar por las famas y el renombre del autor, fíjense en la sensación final que les genera la lectura. A mi me ha decepcionado. Me recuerda a las películas de serie B. Tan sólo es humo y yo busco, ¡un Huracán en papel!, pardiez.
“Hay algo muerto en el vecindario, le parece, la desolada tristeza de la pobreza y la lucha del inmigrante, un barrio sin bancos ni librerías, sólo establecimientos para cobrar cheques y una decrépita biblioteca pública, un pequeño mundo aparte en donde el tiempo se mueve tan despacio que poca gente se molesta en llevar reloj.”

viernes, 26 de noviembre de 2010

Punto omega, de Don DeLillo

Obra elíptica espolvoreada en los desiertos de Sonora que suscita un explosivo tránsito de conciencia y ralentiza el ritmo de las agujas del reloj. El Punto Omega es allí donde la mente trasciende todas las direcciones hacia dentro. El punto más alto de la evolución de la conciencia. Aquí tienen, amantes del Tifón Literario, otro Huracán en papel. Pero esta vez, esculpido con la Olympia SM3 Deluxe de Don Delillo. Su último disparo a cámara lenta.

Richard Elster tiene 73 años y es un asesor de guerra que ayudó al Pentágono a conceptualizar el marco intelectual de la guerra de Iraq. Jim Finley, cineasta y mitad más joven que él quiere rodar un documental para que explique lo que sabe de esa guerra. Un trabajo similar al que hizo el director Errol Morris con Robert S. McNamara, exsecretario de Defensa de los EEUU, en su documental The Fog of War (2003) —La niebla de la guerra—, en el que se analiza la psicología y los razonamientos del gobierno para tomar decisiones que llevan a miles de hombres a la guerra y a la destrucción. Jessie Elster, la hija de Richard llegará de visita y alterará la dinámica de esta situación. Los tres tendrán tiempo para mantener muy interesantes conversaciones. Incluso sentiremos como el tiempo se dilata, se estira, en esos vastos espacios inabarcables, de sol y calor, mucho calor.

Punto omega está sintetizada con un estilo becketiano de brevedad e intensidad muy certeras. La novela se compone de cuatro actos muy bien definidos. El inicio y el final, aparentemente externos a la trama, nos introducen en una completa ralentización de nuestro pulso vital mediante la versión conceptual que Douglas Gordon realizó con Psicosis 24 Horas, expuesta en el MOMA de Nueva York en 2006, obra que encarna los sueños, las angustias y las aspiraciones de toda una generación. Una meditación sobre el tiempo y el movimiento que Don DeLillo experimentó con gran asombro, visitando la exposición una y otra vez, sin cansarse al notar que su pensamiento cambiaba al igual que su manera de ver el mundo. Su percepción se intensificó, se fraccionó en átomos, en motas de luz, vistas por primera vez. Y esto es lo que plasma en esta original novela. Frena los diálogos, paraliza los escenarios, propone imágenes posmodernas que nos suspenden en el vacío, perdidos, en una atmósfera sofocante, que tiene como finalidad dar una lección a Richard Elster. Un estallido de conciencia.

“A veces un viento llega antes que la lluvia y provoca que los pájaros pasen volando delante de la ventana, pájaros de espíritu que cabalgan la noche, más extraños que los sueños.”

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Silencio, de Shûsakû Endô

Poco me importa la doctrina religiosa que abrace un escritor cuando su literatura me agarra. Es una lección que aprendí hace años durante la lectura de las Memorias de ultratumbra del sublime François de Chateaubriand, con sus más de cuatro mil páginas, en la edición erudita de tapa dura que publicó Acantilado. Con Endô pasa un poco lo mismo. Así que continuando con la literatura de Japón y sin dejar la ambientación del siglo XVI, he querido rescatar la obra maestra de Shûsaku Endô, autor de esa Tercera Generación de escritores que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial y que expresan sus ideas con un enfoque un tanto nihilista, perturbador y sincero.

Êndo nació en 1923 y se hizo catedrático de Literatura Francesa en la Universidad de Sofía de Tokio. Fue católico converso por influencia de una tía suya, educada bajo vínculos europeos. Perteneció a esa minoría del 1% de católicos en Japón y fue presidente del PEN Club, la asociación internacional de escritores del mundo, a la que han pertenecido los grandes, entre ellos Paul Valéry, Thomas Mann, Joseph Conrad, George Bernard Shaw y H.G. Wells. Acompáñenme pues a los preliminares de esta interesante novela porque es uno de los grandes clásicos contemporáneos de la literatura japonesa. El contexto es interesante.

Durante el siglo XVI, mercaderes de Portugal, de los Países Bajos, de Inglaterra y de España llegaron a Japón y fundaron misiones cristianas que no tuvieron ningún éxito. En 1549, llegó a Japón para predicar el cristianismo el misionero español jesuita San Francisco Javier tras desembarcar en Kagoshima, Kyūshū, aprovechando las rutas comerciales portuguesas. A comienzos del siglo XVII, el shogunato comenzó a sospechar de las estas misiones, considerándolas precursoras de una conquista militar por las fuerzas europeas y, como medida de protección, ordenó el cierre de Japón a toda relación con el mundo exterior a excepción de contactos restringidos con mercaderes chinos y neerlandeses en la ciudad de Nagasaki. Un aislamiento que se prolongó durante 251 años, hasta el año 1854. A día de hoy el cristianismo sólo representa menos del 1% de los más de 129 millones de habitantes que hay Japón. Este relato narra dicho intento de conquistar espiritualmente la Isla y cuenta las torturas a las que al final fueron expuestos junto con todo el sufrimiento que el cristianismo causó en Japón.

“Habiendo estado prohibida muchos años la religión cristiana, hay obligación de denunciar a toda persona que sea claramente sospechosa de pertenecer a ella. Se gratificará conforme a lo que sigue:

Al que denuncie a un padre, 300 monedas de plata.
Al que denuncie a un hermano, 200 monedas de plata.
Al que denuncie a uno que ha vuelto a abrazar el cristianismo, la misma cantidad.
A un catequista, 100 monedas de plata.
Y se le entregarán las susodichas 300 monedas de plata según la clase de sujeto denunciado, aunque el denunciante mismo sea catequista. Caso de ocultar a tales sujetos y descubrirse por información de terceros, los jefes de vivienda, incluídas las cinco más próximas y sus familiares, serán severamente castigados. Así lo hacemos constar.”

Silencio constituye una profunda exploración de la fe, así como de la fragilidad, la ambición y la lealtad humanas. Es también la primera novela en la literatura japonesa que lleva como protagonista a un occidental. Se trata de una novela histórica calificada de extraordinaria como novela pero inicua como historia. Cuando el libro fue publicado en Japón, la reacción de los católicos fue adversa. Según ellos la novela no hacía justicia a los miles de mártires japoneses ni, por supuesto, a la inmensa mayoría de los misioneros que acudieron a alentar a los cristianos acosados. Para Êndo las cosas eran bien distintas. Quiso ser franco con la identidad de su país y describir fielmente la naturaleza de su cultura pagana.

Êndo tiene ideas muy singulares y definidas sobre lo que es el cristianismo y lo que es Japón. Para él, el Cristo auténtico es el de la cruz, el que gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Y el cristianismo auténtico lo practican quienes sufren como Jesús y reconocen su propio rostro doliente en el rostro doliente del Maestro. Endô da la impresión de creer que Francisco Javier y los misioneros del siglo XVI pretendieron introducir en Japón un cristianismo demasiado occidental y adulterado, que el país rechazó como todo organismo rechaza un cuerpo extraño. Sin embargo, la tesis de Endô indica que el cristianismo no puede echar raíces en Japón porque los japoneses son triplemente insensibles a dios, al pecado y a la muerte. Sin estos anclajes no puede existir teologización ninguna. El silencio será sentido durante la novela con la angustia del vacío que produce la imposibilidad de conocer la existencia de dios, porque silencio es la constante respuesta a todas las preguntas que un creyente le lanza a su ficción.

Al cerrar el libro la novela seguirá recorriendo las sendas de su memoria con especial intensidad. Êndo nos invita a plantearnos algunas de las cuestiones que más han preocupado al hombre a lo largo de la historia, y lo hace con tal lucidez, elegancia y aparente facilidad que resulta difícil no convertir la lectura en una cuestión personal. ¡Disfrútenla!, pero en el más absoluto silencio pues en ese estado está la clave de esta literaria consideración.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El cuento de un hombre ciego, de Junichirô Tanizaki

Tanizaki es la piedra angular de la novela contemporánea del Japón. Destaca principalmente por iniciar la fusión entre el mundo occidental y su cultura nipona. Abrió la brecha para todos los demás escritores actuales. Y aparte sobresale por la escabrosidad en sus relatos. Tiene un sabor propio.

La literatura de Tanizaki contiene una buena dosis de sexualidad, sin caer jamás en lo pornográfico, un vicio del que los escritores japoneses no han solido adolecer. Esto nos permite comprobar las marcadas diferencias con respecto a occidente o incluso a China. Tanizaki realiza sociología del sexo de tal manera que distingue tres etapas en Japón: la de Meiji, la época de guerra y la actual.

La era de Meiji presenció dos cambios trascendentales en cuestión sexual. Primero, la mujer empezó a ser intelectualmente educada, lo cual hizo que aunque el matrimonio continuase siendo casi siempre por arreglo de los padres, comenzara lenta pero segura la erosión de la antigua costumbre. Segundo, el hombre consiguió, tras tenaz lucha, una amplia libertad política; pero los principios éticos de la sociedad continuaron siendo los confucianos, con su lastre de feudalismo.

La época bélica, que puede contarse a partir del año 1931, infundió a la actividad sexual un elemento de urgencia, tristeza y soledad infinitas, ni más ni menos que como en todas las guerras, salvajadas de hombres donde sufren principalmente las mujeres. En las guerras antiguas del Japón morían sólo los samuráis; en las modernas, hombres de todas las clases sociales.

Desde 1945 comienza la liberalización en el trato de los jóvenes de ambos sexos; proliferan los hoteles de citas; aumentan los casamientos por amor, hasta hacerse claramente mayoritarios en la década de los sesenta; y, como en el resto del mundo, la penicilina y la píldora favorecen el desmadre. Ya en la década de los ochenta, que Tanizaki no conoció pero pudo muy bien pronosticar, las estadísticas revelan que un treinta por ciento de las mujeres no desean casarse. Por otro lado, la posguerra presenció el auge imparable de las compañías anónimas y un aumento en progresión geométrica del asalariado sujeto a sus jefes con una lealtad feudal. Esto, que no parece tener conexión con la actividad sexual, la tiene, y bien funesta.

El cuento de un hombre ciego es un análisis de las costumbres japonesas en su tradición medieval en la era de la dinastía de los shogunes. A modo de trovador, el ciego, un anciano masajista que está al servicio de una noble dama, llamada Oichi, por la que siente una devoción ciega, rememora en una taberna los tiempos pasados. Este vínculo ciego nos permitirá analizar los antiguos valores de la lealtad en Japón y la naturaleza estilística de la narración en el siglo XVII. Consigan una botella de sake, elijan un cuadro que evoque dicha época y exploren una nueva literatura. Lo agradecerán. Japón esconde muchos tesoros, igual que la isla de Robert Luis Stevenson.

"Pájaros y flores de las cuatro estaciones" Kanō Eitoku

“El deseo de la hormiga es oído en los ciegos.”

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El cielo es azul, la tierra blanca, de Hiromi Kawakawi

Mi primer contacto con la literatura japonesa se dio con Una cuestión personal de Kenzanburo Oé. Hasta ahora mi referente más sólido en base a su atmósfera sartreriana. Llegó a mis manos en mis primeros años universitarios gracias a la buena amistad que hice con un japonés que viajó a Salamanca durante un año para estudiar español con la buena fortuna de alojarse en la Pensión Robles de la Plaza Mayor en la que me hospedaba yo. Su fascinación por nuestra lengua era sorprendente y mi curiosidad por su cultura nunca dejó de aumentar. Ambos ensanchamos nuestros horizontes literarios y yo fui descubriendo sabores nuevos y una exótica y diferente manera de narrar. Luego llegaron Akutagawa, Tanizaki, Dazai, Murakami, Yoshimoto, Endo, Abe Kōbō y Katayama: los grandes narradores modernos del Japón. Todos ellos utilizando la palabra con una literariedad occidentalizada y un lúcido y singular toque zen convirtiendo sus textos en escenarios minimalistas, frescos y circunspectos, polarizados con la riqueza de lo individual. El Japón ordenado y disciplinado que aniquilaba sus pasiones con más suavidad que un gato pero con más intenciones que un mihura despertaba al cosmopolitismo, la vanguardia y a la creatividad lingüística como hilo conductor para salvarse de un anacronismo lacerante impuesto por cerrojos imperialistas y feudalistas que aún perduran en la nación. En este Blog dedicado a los Huracanes en papel iré dando ejemplos precisos de estas obras que provocaron la apertura intelectual de nuestros días. El tránsito hacia una catártica liberación. En este caso he querido sobrevolar por las letras de Kawakami, galardonada con uno de los premios literarios más prestigiosos de su país: el Premio Tanizaki. Ésta no es su primera obra, sino la primera novela que se tradujo en España consiguiendo una gran acogida por su capacidad de conmover.

El cielo es azul, la tierra blanca muestra una manera de conseguir esa liberación que necesita Japón. El argumento les llevará a esa transgresión. Tsukiko tiene 38 años y lleva una vida solitaria. Considera que no está dotada para el amor. Hasta que un día encuentra en una taberna a su viejo maestro de japonés. Entre ambos se establece un pacto tácito para compartir la soledad. Escogen la misma comida, buscan la compañía del otro y les cuesta separarse, aunque a veces intenten escapar el uno del otro: el maestro, en el recuerdo de la mujer que un día lo abandonó; Tsukiko, en un antiguo compañero de clase.

Kawakawi nos cuenta una historia de amor muy especial, el acercamiento sutil de dos amantes, con toda su íntima belleza, ternura y profundidad. Tsukiko y el maestro pertenecen a generaciones muy alejadas entre sí y es en esa fusión donde reside la clave de esta narración. En el acercamiento que realizan ambos personajes. Kawakawi nos introduce durante horas en una taberna japonesa donde se preparan las más exóticas recetas zen. Nos pincela sus breves movimientos, sus impresiones en cada encuentro y las vibraciones que emergen de la macrópolis, en lugares como el salón de Pachinco, un especie de casino-pinball que arrasa en el país del Sol Naciente. Pero sobre todo, nos llevará al mundo de los sabores y los sentidos. Esto lo notarán sobre todo cuando el maestro le pase la mano por la espalda a Tsukiko. En la sutil manera de hacerlo. Entonces entenderán cual es esa apertura que buscan todos los escritores de Japón. ¡Disfruten!

lunes, 15 de noviembre de 2010

Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig

Regresar a Stefan Zweig siempre me resulta catártico. Su obra representó la bandera más alta de un pacifista y un amante de la cultura. Sus libros fueron prohibidos por el régimen de la alemania nazi. Sentía una absoluta repulsa por el nazismo. Su suicidio se produjo ante la impotencia y desesperación de ver como Hitler había ocupado la mayor parte de Europa, la cuna de las civilizaciones. Creyó que la decadencia continuaría ocupando el mundo y no lo soportó. Puso fin a todo un 22 de febrero de 1942. Hoy rescato un relato que escribió veinte años antes de su muerte, publicado en 1922.

Esta es la historia de Virata, a quien su pueblo enaltecía con los cuatro nombres de la virtud pero de quien nada hay escrito en las crónicas de los soberanos ni en los libros de los sabios, y cuya memoria los hombres han olvidado. Los ojos del hermano eterno nos adentra en uno de los relatos más enigmáticos de Stefan Zweig en el que seremos arrojados al mundo de la transmigración. Del tránsito.

Escrito como una leyenda oriental y situado mucho antes de los tiempos de Buda. Narra la historia de Virata, hombre justo y virtuoso, el juez más célebre del reino, que decide un día experimentar el efecto de los castigos que impone a los asesinos más sanguinarios de su jurisdicción para descubrir el valor absoluto de la vida. Estos son los puntos de vista entre juez y condenado.

“Este hombre ha matado a once personas. La vida de un hombre tarda un año en madurar, encerrado en el vientre materno. De modo que, por cada una de sus víctimas, pase el acusado, un año encerrado en la oscuridad de la tierra. Y como once veces ha derramado sangre del cuerpo humano, que sea azotado once veces cada año, hasta que le brote sangre, y así pagará su crimen de acuerdo con el número de sus víctimas. Que sea justa la sentencia que he pronunciado y que no sirva para satisfacer venganza alguna.”
“No eres un juez sino un ignorante, pues tan sólo sabe del golpe quien lo siente en carne propia y no quien lo asesta; sólo aquel que ha sufrido puede medir el sufrimiento. Tu orgullo osa castigar a los culpables y tú eres el más culpable de todos, pues yo he quitado la vida en un arrebato de cólera, mientras tú me quitas la mía a sangre fría y me aplicas una medida que tu mano no ha sopesado para descubrir su verdadero peso. ¡Aléjate de los escalones de la justicia, juez, no vaya a ser que ruedes escaleras a bajo y vayas a parar a sus mismísimos pies! ¡Ay de aquel que mide con la bara de la arbitrariedad! ¡Ay del ignorante que cree saber lo que es el derecho! ¡Fuera de los escalones, juez ignorante, y no condenes a los vivos a la muerte que tu palabra entraña!”

Tras esto, Virata, se marcha a los calabozos hundidos en las profundidades de las montañas, para vivir voluntariamente en sus propias carnes la condena a las tinieblas exigida a los asesinos, y es allí donde reconoce en los ojos del hermano eterno la imposibilidad intrínsica de todo acto judicativo. Su deseo de justicia le hará descubrir diferentes modos de vida para conseguir su meta, convertirse en el hombre más justo de todos los tiempos.

“Deseo actuar sin injusticia y vivir sin culpa.”

Y para finalizar lean estas dos frases. Son realmente potentes. Creo que ahora entiendo a Stefan Zweig. Ahora sí. Esto se pone muy interesante.

Sólo la mitad de la acción es obra nuestra: el principio y el final, la causa y el efecto, pertenecen a los dioses. Líbrame de mi voluntad, porque querer es confusión y servir es sabiduría, y te estaré agradecido, rey.
“El que no hace sino servir y renuncia a su voluntad se despoja de toda culpa y vuelve a dios. Pero el que quiere y cree que puede evitar hacer el mal con la sabiduría cae en la tentación y en la culpa.”

lunes, 8 de noviembre de 2010

Zona fría, de Jonathan Franzen

Zona fría de Jonathan Franzen

Leer a Franzen genera entusiasmo. Me gusta como escribe. Me gusta lo que cuenta y el efecto que produce. Obtengo satisfacción al seguir todos y cada uno de sus razonamientos. Es una máquina perfecta de narración. Su misión en esta vida es escribir. Esto ya quedó claro cuando un editor le compró su primer texto La conexión higo. Si no escribiera perderiamos a uno de los más precisos y fascinantes catalejos literarios de este siglo. He leído en algún Blog como es tildado de egocéntrico y narciso. Se le acusa de petulante y endiosado. ¡Que putrefacta inculpación! Lo desapruebo por completo. Jonathan Franzen es una pluma libre, totalmente transparente. Su poder de comunicación es arrollador. No le importa mostrarse tal y como es. No evita contar lo que identifica a su pensamiento. Y en esa exposición podemos encontrar a un amante de la literatura de altura, forjado desde su más temprana infancia por los destellos de El Señor de los Anillos, El proceso de Kafka, el Fausto de Goethe o las obras del gran Robert Walser.

“Recorrer con Manley las calles fantasmales de Webster Groves me conmovió por la misma razón por la que la nieve me había conmovido de niño, por su embrujo transformador de superficies ordinarias. Las largas filas de casas oscuras, sus ventanas que reflejaban tenuemente las farolas, estaban tan inmóviles como caballeros de armadura dormidos por un encantamiento. Era exactamente como habían prometido Tolkien y C.S. Lewis: de verdad existía otro mundo. La calzada, desierta de coches y que se perdía en una niebla lejana, desfilaba interminable. Podían suceder cosas insólitas cuando nadie miraba.”

Zona fría es su autobiografía, donde explora el pasado con una mirada cerebral, razonada y sarcástica para revivir su infancia y adolescencia en el marco de una familia de clase media en los turbulentos años sesenta y setenta. Narra su encuentro con la literatura y su definitiva decisión de hacerse escritor.

“La adolescencia se disfruta más sin cohibición, pero la cohibición, por desgracia, es su síntoma principal. Incluso cuando te sucede algo importante, incluso cuando tienes el corazón oprimido o exaltado estás absorto en sentar los cimientos de tu personalidad, hay momentos en que sabes que lo que está sucediendo no es la verdadera historia. A menos que te mueras, la verdadera historia está aún por llegar. Este solo hecho, esta mezcla cruel de conciencia e insignificancia, esta vacuidad intrínseca basta para explicar lo cabreado que estás. Eres infeliz y te avergüenzas si no crees que tus trastornos adolescentes importan, pero si lo crees eres un estúpido.”

La escribió hace cuatro años, en el 2006, tras su gran éxito en 2001 con Las correcciones. Aparecen algunos signos imborrables de su identidad puesto que en el último capítulo hace de nuevo referencia a la demencia neuronal de su padre y a la enfermedad de su madre. Sin embargo en esta obra destacan más las palabras tranquilizadoras que da al que sufre la conciencia de que tiene que valorarse y aceptarse. Esto nos produce un óptimo tránsito durante la lectura.

“La relación auténtica que ahora deseaba era con la página escrita.”

Quiero destacar sobre todo los dos últimos capítulos del libro, La lengua extranjera y Mi problema con los pájaros. Rebosan alma y literatura. Están escritos con empuje y acumulan años, lustros, decenios de experiencias. Dejan huella. Y en cuanto a los pájaros somos muchos los que sentimos una especial atracción hacia ellos. Sólo les digo que este año me he hecho con la segunda edición de la Guía de aves de Lars Svenssons. Claremente superior a la de Rob Hume. Ambas de la editorial Omega. La pena es que no he sido capaz de encontrar la que realizó Phoebe Snetsinger, pero tal y como cuenta Franzen, es todo un tesoro para un birdwatcher.

Para finalizar les dejo con una interesante descripción de sí mismo encontrada al final del libro.

“Almuerzo media caja de Oreos, me atiborro de televisión, emito juicios morales aplastantes, ando por la ciudad con vaqueros raídos, tomo martinis una noche de martes, miro el escote en los anuncios de cerveza, atribuyo mala onda a todos los grupos a los que pertenezco, siento el impulso de rayar los Range Rovers y rajarles las llantas; me comporto como si no fuera a morir nunca.”

El dilema, el problema de conciencia mezclado con inanidad, no se desvanece cuando lees a Franzen. Nunca dejas de esperar que empiece la verdadera historia, porque la única historia, al final, es que te mueres. ¡Disfruten!

sábado, 6 de noviembre de 2010

Suomenlinna, de Javier Calvo

Suomenlinna es una isla de Finlandia. Una isla de habitantes hipercivilizados, amables y hogareños, un ejemplo para Europa. Pero existe una nota discordante, llamada Mirkka Rislakki. La adolescente de esta portada ha acabado en el correccional por un delito racista. Siente furiosos y extraños impulsos de rebelión en favor de su país. Cree que esta hipercivilización-infantilizada es un atentado contra las costumbres y la verdadera identidad vikinga del pueblo finlandés, una sociedad que durante milenios ha sobrevivido con la caza de la ballena y ahora la izquierda ecologista intenta por todos medios erradicar. De fondo, emerge un nuevo estilo musical, el black metal, una manifestación de todo lo que es bueno y puro y valiente dentro de los finlandeses. Su amor a Odín y al Norte y a su sangre escandinava y a todo lo que es puro, y su odio a todo lo que es sucio y repugnante en el mundo. Su Norte Interior, en donde encuentra la Posada del hombre Verde, el lugar más fascinante de la isla. Lugar donde las cosas empiezan a salirse de madre.

“Hoy en día todo parece muy fácil —dice arrugando la lata de Lapin Kulta con la mano con facilidad asombrosa—. Pero las cosas no siempre han sido así. Esta isla, por ejemplo. Ya sabes lo que pasaba aquí. La gente mataba a otra gente y luego se iba a cenar a casa. ¿Y a quién le parecia mal?”

Suomenlinna es una réplica miniaturizada del Pastoral americana de Roth en versión escandinava. Posee la misma estructura narrativa, utiliza similares símbolos de representación, el día de Navidad, una adolescente conflictiva, una familia ideal finlandesa, una manifestación en contra de las decisiones antipatrioticas del gobierno, un atentado racista con bengala, una moratoria para reflexionar y referencias insurgentes procedentes del disco Dawn of the black hearts, un movimiento musical contracultural y anverso del establishment finlandés. Un grupo musical que busca recuperar el Lejano Norte de la mente, entrar en el Circulo ártico del alma y acribillar la camada de hijos-rata, quemarlos a todos dentro de Hombres Mimbre, metáfora del castigo milenario, la defensa catártica y la violencia tribal. Impulsos ancestrales que aún despiertan en la sangre adolescente de Finlandia. Un muy interesante trabajo literario. A mi juicio mucho mejor que su anterior Corona de flores. Ésta posee movimiento y se cierra. Un trabajo completamente metafórico, simbolista y alegórico, aunque no fuera su intención. Los diálogos son potentes y la personalidad de Mirkka tiene volumen. La vanguardia literaria española también necesitan gritar. ¿Lo oyen? Esos gritos no sólo proceden de Suomenlinna. El mundo entero está gritando. Desde que el hombre es hombre. Y ahora... ¿qué es lo normal? La transformación es total. ¿Donde han quedado los Hijos de Odín? Creo que es interesante leer sobre el Ásatrú y más un día como hoy con las pisadas de Ratzinger por España. Yo necesito escuchar un poco de black metal. Lo tengo claro.


jueves, 4 de noviembre de 2010

El horizonte, de Patrick Modiano

“Aquellas noches, las calles desiertas y silenciosas del barrio eran líneas de fuga que desembocaban todas en el porvenir y en el horizonte.

Modiano regresa a la búsqueda de identidad mediante los claroscuros de la memoria, evocando escenas, calles y personajes que esculpieron la orografía de sus vivencias. Una de ellas le conectará con un caudaloso torrente de experiencias y descripciones. Esta novela narra sus episodios de juventud, episodios sin ilación, interrumpidos en seco, con rostros sin nombre y encuentros fugitivos.

Jean Bosman, huyendo de los disturbios de una manifestación en una boca de metro de París, es arrojado por la multitud contra Margaret Le Coz.

“Bosmans había leído en alguna parte que un primer encuentro entre dos personas es como una herida leve que ambos notan y que les despierta de su soledad y su embotamiento.”

Una de sus preguntas recurrentes es por qué no conoció a Margaret antes, por qué irrumpió en su vida de esa manera abrupta, como un herida, si frecuentaban las mismas calles, los mismos cafés. Seguramente se habían cruzado caminando. Ahora le daba la impresión de haberse despertado de pronto de aquel embobamiento y siente que tienen que quedar ondas, en cada uno de los escenarios, un eco de su paso por el hotel y por las calles circundantes, huellas suspendidas en el aire, en un presente eterno.

Y con estas apreciaciones podríamos desprendernos rápidamente de esta breve obra. A partir de las veinte primeras páginas el diálogo se hace monótono y la capacidad de enigma de Modiano, premio Goncourt del 78, se diluye en la nada, produciendo una sensación de cansancio y de horizonte apagado, tras otra caminata errante por los laberintos de asfalto de París, y privados de los destellos que nos salpicó con Joyita. El horizonte Modiano nos deja una novela manida en el particular mundo onírico de este exquisito escritor al que tenemos por uno de los mejores narradores franceses vivos junto con Jean Echenoz. No ha acertado con la idea, ni la ha recubierto con toda su literariedad. El final en Berlín me tranquilizó un poco pero es esta frase la que más me va durar. Es nuclear.

“Quiero a quien me quiere.”

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Las noches difíciles, de Dino Buzzati

Estos días en los que más de uno ha reflexionado sobre los posibles misterios del más allá, yo volví a pisar la librería para acercarme a la literatura de lo asombroso, lo insólito y lo sobrenatural, a la atmósfera tenebrosa y fantasmagórica que Dino Buzzati recreó en su último libro de relatos publicado en vida, en 1971. En esta obra he encontrado la mayor parte de sus turbias obsesiones: la dimensión misteriosa de lo real, el sentido del tiempo y de la espera, la pesadilla del miedo y de la muerte. Todo ello velado bajo la ironía y la capa engañosa de lo cotidiano y lo trivial. Con una prosa adictiva, mezcla de Poe y Kafka, construye relatos que producen desconcierto, pasmo y admiración. Entre las cincuenta y una microconstrucciones literarias de esta lectura apasionante quiero destacar El sueño de la escalera, Velocidad de la luz, Bestiario y Estrías del tiempo. Relatos que desaparecen antes nuestros ojos como enigmáticos espejismos literarios. Acéptenlos como jeroglíficos. Lo cotidiano se transforma en quimera y fascinación.

“La vida misma —es el último grito—, el hecho mismo de existir es una droga potentísima, todo está en no ponerle obstáculos de ningún modo, en dejarla pasar. Y nos sumerge en un paradisíaco delirio.”