HURACANES EN PAPEL™ - Reseñas literarias

Sólo me queda esperar la aparición de un Nuevo Tifón Literario de magnitud cinco como los producidos por Mikhail Bulgakov, Thomas Pynchon o Roberto Bolaño. Ese día llegará y mi búsqueda no habrá sido en vano. Huracanes en papel™ 2007-2024

lunes, 8 de noviembre de 2010

Zona fría, de Jonathan Franzen

Zona fría de Jonathan Franzen

Leer a Franzen genera entusiasmo. Me gusta como escribe. Me gusta lo que cuenta y el efecto que produce. Obtengo satisfacción al seguir todos y cada uno de sus razonamientos. Es una máquina perfecta de narración. Su misión en esta vida es escribir. Esto ya quedó claro cuando un editor le compró su primer texto La conexión higo. Si no escribiera perderiamos a uno de los más precisos y fascinantes catalejos literarios de este siglo. He leído en algún Blog como es tildado de egocéntrico y narciso. Se le acusa de petulante y endiosado. ¡Que putrefacta inculpación! Lo desapruebo por completo. Jonathan Franzen es una pluma libre, totalmente transparente. Su poder de comunicación es arrollador. No le importa mostrarse tal y como es. No evita contar lo que identifica a su pensamiento. Y en esa exposición podemos encontrar a un amante de la literatura de altura, forjado desde su más temprana infancia por los destellos de El Señor de los Anillos, El proceso de Kafka, el Fausto de Goethe o las obras del gran Robert Walser.

“Recorrer con Manley las calles fantasmales de Webster Groves me conmovió por la misma razón por la que la nieve me había conmovido de niño, por su embrujo transformador de superficies ordinarias. Las largas filas de casas oscuras, sus ventanas que reflejaban tenuemente las farolas, estaban tan inmóviles como caballeros de armadura dormidos por un encantamiento. Era exactamente como habían prometido Tolkien y C.S. Lewis: de verdad existía otro mundo. La calzada, desierta de coches y que se perdía en una niebla lejana, desfilaba interminable. Podían suceder cosas insólitas cuando nadie miraba.”

Zona fría es su autobiografía, donde explora el pasado con una mirada cerebral, razonada y sarcástica para revivir su infancia y adolescencia en el marco de una familia de clase media en los turbulentos años sesenta y setenta. Narra su encuentro con la literatura y su definitiva decisión de hacerse escritor.

“La adolescencia se disfruta más sin cohibición, pero la cohibición, por desgracia, es su síntoma principal. Incluso cuando te sucede algo importante, incluso cuando tienes el corazón oprimido o exaltado estás absorto en sentar los cimientos de tu personalidad, hay momentos en que sabes que lo que está sucediendo no es la verdadera historia. A menos que te mueras, la verdadera historia está aún por llegar. Este solo hecho, esta mezcla cruel de conciencia e insignificancia, esta vacuidad intrínseca basta para explicar lo cabreado que estás. Eres infeliz y te avergüenzas si no crees que tus trastornos adolescentes importan, pero si lo crees eres un estúpido.”

La escribió hace cuatro años, en el 2006, tras su gran éxito en 2001 con Las correcciones. Aparecen algunos signos imborrables de su identidad puesto que en el último capítulo hace de nuevo referencia a la demencia neuronal de su padre y a la enfermedad de su madre. Sin embargo en esta obra destacan más las palabras tranquilizadoras que da al que sufre la conciencia de que tiene que valorarse y aceptarse. Esto nos produce un óptimo tránsito durante la lectura.

“La relación auténtica que ahora deseaba era con la página escrita.”

Quiero destacar sobre todo los dos últimos capítulos del libro, La lengua extranjera y Mi problema con los pájaros. Rebosan alma y literatura. Están escritos con empuje y acumulan años, lustros, decenios de experiencias. Dejan huella. Y en cuanto a los pájaros somos muchos los que sentimos una especial atracción hacia ellos. Sólo les digo que este año me he hecho con la segunda edición de la Guía de aves de Lars Svenssons. Claremente superior a la de Rob Hume. Ambas de la editorial Omega. La pena es que no he sido capaz de encontrar la que realizó Phoebe Snetsinger, pero tal y como cuenta Franzen, es todo un tesoro para un birdwatcher.

Para finalizar les dejo con una interesante descripción de sí mismo encontrada al final del libro.

“Almuerzo media caja de Oreos, me atiborro de televisión, emito juicios morales aplastantes, ando por la ciudad con vaqueros raídos, tomo martinis una noche de martes, miro el escote en los anuncios de cerveza, atribuyo mala onda a todos los grupos a los que pertenezco, siento el impulso de rayar los Range Rovers y rajarles las llantas; me comporto como si no fuera a morir nunca.”

El dilema, el problema de conciencia mezclado con inanidad, no se desvanece cuando lees a Franzen. Nunca dejas de esperar que empiece la verdadera historia, porque la única historia, al final, es que te mueres. ¡Disfruten!

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