Augusto Monterroso nació en 1921 en Tegucigalpa, capital de Honduras. A los 15 años su familia se estableció en Guatemala y él se implicó en la actividad política de su país, participando en la fundación de la revista Acento, que sería uno de los núcleos intelectuales más inquietos de Guatemala en una época de incesantes convulsiones sociales, como la controvertida presidencia de Jorge Ubico Castañeda, los alzamientos populares de 1944, los sucesivos cuartelazos y la omnipresencia en todos los órdenes de la vida nacional de la compañía estadounidense United Fruit Company. Debido a su posición antagonista y replicante contra el dictador Ubico tuvo que salir al exilio en 1944. Residió en Bolivia y Chile durante los años cincuenta, donde llegó a ser secretario de Pablo Neruda. Finalmente fijó su residencia en México a partir de 1956.
Fue un hercúleo autodidacta. Su literatura se fortaleció leyendo a los escritores españoles del Siglo de Oro: Cervantes, Quevedo y Lope de Vega. Se convirtió en el mejor cuentista de su continente, en narrador y ensayista guatemalteco, publicando su primer texto a partir de 1959, con la primera edición de Obras completas (y otros cuentos), un conjunto de incisivas narraciones donde comienzan a notarse los rasgos fundamentales de su narrativa mediante una prosa concisa, breve, aparentemente sencilla y llena de referencias cultas. Rasgos que denotan un magistral manejo de la parodia, la caricatura y el humor negro.
Entre sus andanzas y según cuenta Vila-Matas en Bartleby y compañía, durante muchos años Augusto Monterroso y Juan Rulfo fueron escribientes en una tenebrosa oficina en la que, se comportaban siempre como auténticos Bartlebys; le tenían miedo al jefe porque éste tenía la manía de estrechar la mano de sus empleados cada día al terminar la jornada. Rulfo y Monterroso, copistas en Ciudad de México, se escondían muchas veces detrás de una columna porque pensaban que el jefe no quería despedirse de ellos sino despedirles para siempre. Monterroso le dedicó una aguda fábula llamada El zorro más sabio en homenaje y defensa al determinante silencio literario de su amigo Rulfo tras haberle entregado al mundo una obra maestra de la literatura universal, titulada Pedro Páramo. Espero elevarla a este Alto Vacío muy pronto.
En cuanto a Movimiento perpetuo se trata de la recopilación de varias composiciones breves que revolotean como moscas por las páginas del libro a modo de citas literarias. Estas moscas actúan como un símbolo de nuestros miedos irracionales, de los terrores más callados del hombre. Originariamente, Monterroso, tuvo la idea de reunir una antología universal de la mosca, sin embargo, al poco de empezar se dio cuenta de que era una empresa prácticamente infinita. La literatura recoge un inabarcable registro de invocaciones literarias hacia estos dípteros castigadores que nos acompañan desde la prehistoria, habiéndose incrustado en nuestras vidas como uno de los insectos vengadores más arraigados en el imaginario popular.
“Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre. Traten otros los dos primeros. Yo me ocupo de las moscas.”
Monterroso tiene la capacidad de ver aflorar lo insólito en lo cotidiano, mostrando un peculiar despliegue de humor satírico, siempre en los vértices de la ambigüedad, dándonos la impresión de que está hablando más en serio de lo que parece, sin olvidar su jocosa declaración.
“Amo a las sirvientas por irreales, porque se van, porque no les gusta obedecer, porque encarnan los últimos vestigios del trabajo libre y la contratación voluntaria y no tienen seguro ni prestaciones ni; porque como fantasmas de una raza extinguida llegan, se meten a las casas, husmean, escarban, se asoman a los abismos de nuestros mezquinos secretos leyendo en los restos de las tazas de café o de las copas de vino, en las colillas, o sencillamente introduciendo sus miradas furtivas y sus ávidas manos en los armarios, debajo de las almohadas, o recogiendo los pedacitos de los papeles rotos y el eco de nuestros pleitos, en tanto sacuden y barren nuestras porfiadas miserias y sobras de nuestros odios cuando se quedan solas toda la mañana cantando triunfalmente”
Destaca notoriamente el capítulo titulado Onís es asesino dedicado a los palíndromos, esas frases capicúas que pueden leerse tanto hacia adelante como hacia atrás indistintamente. Los escritores los han utilizado como juego literario con el cual poder demostrar su arte y su ingenio construyendo simetrías con el idioma. Este sería un ejemplo:
“Somos seres sosos, Ada; sosos seres somos.”
Tito, como lo llamaban sus allegados, el gran hacedor de cuentos y fábulas breves, falleció el 7 de febrero del 2003, a los 81 años, de una dolencia cardíaca en México D.F. Obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia en 1975, el Premio Juan Rulfo en 1996, el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en 1997 y en 1988 fue galardonado con la condecoración del Águila Azteca por el gobierno mexicano. Recibió, tres años antes de su muerte, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras que le consagró como escritor universal de las letras hispanoamericanas. Leer a Monterroso te transforma quieras o no quieras. Su minimalismo ejerce un tránsito en nuestro conocimiento. Disfruten pues del arte de atrapar moscas en pleno vuelo. Sigan, sigan a la mosca.
“La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo.”
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