He llegado a un Nuevo Tránsito. He encontrado una de las escamas del hombre moderno. Y es por esto que me siento más liberado, pero les advierto que la experiencia ha sido angustiosa. Terrible. He sufrido desde la totalidad. A través de las crípticas sombras y el minimalismo literario de Samuel Beckett. Mis alas han sobrevolado una obra gris, explosiva, metafórica y potente. En ella se conserva su verdadera furia literaria, la que ha electrizado inexorablemente cada una de mis plumas para volar. Aquí. En este frío escenario estático, lóbrego y mortecino. En esta casa tablero descrita en la novela, en este hogar patriarcal situado en una playa frente al mar. Hundido en un espacio eterno donde sólo quedan cuatro piezas. Cuatro infelices Stauntons que proyectan el cometido de sus vidas con vehemencia, en un constante ritual abocado al desastre. En el final de una partida irrevocable. Un final de una existencia absurda que se acaba, consumidos por las mismas pasiones que nos enaltecen y nos degradan. Los cuatro son seres lisiados. Seres heridos, mutilados, lastimados por la guerra de los tiempos, furiosos, absurdos, reales, que habitan este interior desamueblado de luz grisácea con dos ventanas altas. Desde una se ve la arena y desde la otra el mar. Afuera, tupido y gris. Las olas de plomo. No hay sol. Todo el universo es negro claro. Es difícil enfrentarse a eso. Sólo un héroe puede sentir ese inmenso y Alto Vacío.
En la casa están Hamm, Clov, Nagg y Nell. Hamm es un ciego que no puede ponerse de pie y permanece sentado en una silla de ruedas. Busca siempre la posición más poderosa, el centro de la habitación, como el rey de un tablero. Clov es su sirviente, su guante. Su tara consiste en no poder sentarse, lo que le convierte en el más activo. Actúa a las tiránicas órdenes de Hamm, por inercia. A veces emite algunos impulsos propios de autonomía, como observar las paredes o ir a la cocina. Es torpe y menos inteligente pero posee atributos valiosos como la vista y su deseo por cantar. Ambos se necesitan. Fueron por mucho tiempo complementarios, pero ahora, al final de la partida, ya no se aguantan. Han llegado a un sin sentido. Nagg y Nell son los padres de Hamm. Ambos están dentro de un cubo de basura cada uno. Son viejos. Presentados como inútiles. Su único deseo es comer y sus conversaciones son irresolutas. Nell, la madre, emerge del fondo del cubo para arrojar una frase que les hará temblar. Y que a su vez es la tesis de toda la obra.
“No hay nada más divertido que la infelicidad.”
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