
En el primer relato conoceremos al anciano señor Beneset, transmutándose, vistiéndose y acicalándose de mujer sofisticada en una residencia geriátrica. Este singular personaje rendido a su devota metamorfósis me hizo rememorar el caprichoso entretenimiento sensitivo del lúcido y genial Richard Wagner, gran aficionado al travestismo más esnob. Beneset o el alter ego de Monzó se me apareció como alguien que concienzudamente queda desdibujado a nuestros convencionales ojos y dedica sus atenciones a crear y a reinventar su propia y legítima individuación intuitiva con el rojo pintalabios, el insistente esmalte de uñas y un luciente bigote blanco. Descarté la posibilidad de un retrato desvariado, las frases de Beneset rebosan memoria, ética y coherencia, así que pronto capté la notoria presencia de este simpático y sordo señor que reforma su existencia entregándose a ella como si fuera un entretenimiento para engañar la dolorosa monotonía de la vejez, con actitud benevolente y comprensiva. Sólo me preocupó la distancia que le separaba de su muerte. Y de este cuento crucé a El amor es eterno, y así lo entiendo yo igualmente de eterno por lo que provoca, una completa curación en todos los aspectos del individuo, redención y plenitud. Los matices me enriquecieron los sentidos. Después entré a la casa de la "mujer desolladora" que despellejaba despiadadamente su pasado y su presente con meticulosidad obsesiva, alimentando un rencor autopunitivo y desaforado a golpe de tijera, martillo y cortafrío, descorchando y aniquilando ropa, armarios, baldosas, paredes y cualquier huella familiar, palpitante en su casa, que le uníera a su fugado marido. La tensión se incrementa paulatinamente en cada página, las acciones se cuadruplican, todo se endurece hasta la catástasis, en la mañana silenciosa del el Sábado, su tercer cuento, que me produjo un horror visceral al presenciar su final fogosamente acorde. Y hasta ahí llega, ya no hace falta saber más de la mujer despellejadora. En Dos sueños me empañé de las sustancias oníricas del Eros y Thanatos, los deseos y los miedos, me sirvió como un refresco, como un descanso en la caminata de episodios. Y de allí me cobijé en un piso alto situado en una bocacalle de las Ramblas de Barcelona y con la atención plenamente consciente Miro por la ventana, y me hice cargo verdaderamente de las cosas que sucedían en mi vida. En este punto mi poder de reflexión se incrementó deliciosamente. Seguidamente ocurre algo sorprendente, un relato tenebroso, que destaco como uno de los más impactantes de este recorrido, titulado La alabanza, del cual no adelanto nada para asegurarles el mismo impacto que yo recibí. Con ese sobrecogimiento continué el camino hacia La llegada de la primavera, de nuevo regreso a la recurrente temática del geriátrico. Microrrelatos den

Monzó, eres cojonudo. Mete caña, que yo te sigo.