Literatura en su estado más puro y luminoso, que refulge y destella palabras, frases, pensamientos y emociones con la potencia descriptiva y el acierto efusivo de la pluma de uno de los escritores más lúcidos y enigmáticos con los que me he topado buscando el corazón de la literatura de altura. Aquí se encuentra el germen de la escritura de Franz Kafka, en el titánico y colosal Robert Walser. Cada página es un tesoro, un talismán que resplandece cálido, capaz de entibiar nuestras manos en el invierno más glacial . El elixir de las letras. La ambrosía de los dioses. Tras su lectura siento estar en un Alto Vacío, propulsado por la energía intelectual de este inolvidable Huracán en papel.
Jacob von Guten fue su tercera novela y la más amada por el autor, pero también la más discutida e innovadora, escrita en 1909 en Berlín, tres años después de haber dejado el Instituto donde se había educado. A través del diario de Jacob iremos conociendo todos los secretos, dramas y pequeñas tragedias y misterios del Instituto Benjamenta. A parte de la perspicacia delicada de Jacob von Guten nos aparecerán personajes de lo más fascinantes como su condiscípulo y querido Kraus o los directores del Instituto, la maestra Fräulein Benjamenta y Herr Banjamenta.
Robert Walser nació en Biel (Suiza) el 15 de abril de 1878 y murió, caído sobre la nieve, el día de Navidad de 1956. Su vida, semejante a la de sus personajes, fue inquieta y errática, siempre escapando a cualquier forma de duración o permanencia. A los 14 años abandonó los estudios y ejerció los más diversos oficios: fue empleado de banca, secretario, archivero; incluso sirvió de criado en un castillo de Silesia. Walser despreciaba los ideales de prosperidad, aborrecía el éxito, era incapaz de someterse a ningún tipo de rutina o atadura. Vivió siempre, de un lugar a otro, sin domicilio fijo, con graves problemas económicos. A partir de 1925 empieza a sufrir trastornos nerviosos y alucinaciones auditivas; se embriaga y tiene periodos de enorme agresividad. Su hermana Lisa, la única ayuda constante que recibió, le recomienda que ingrese en un sanatorio psiquiátrico.
Pasó los últimos veintiocho años de su vida encerrado en los manicomios de Waldau y Herisau, dedicado a una frenética actividad de letra microscópica, ficticios e indescifrables galimatías en unos minúsculos trozos de papel. Sumergido en un ambiguo silencio. Durante toda su vida se sintió como un cero a la izquierda. Imbuido en la estética del desconcierto, deseando ser olvidado. No lo ha conseguido. Es imposible olvidarse de Robert Walser. Una vez sus letras entran en contacto con tus sentidos, estos te muestran la personalidad trashumante que despliega, el entusiasmo por su prosa se convierte en una presencia imperecedera.
«Y si alguna vez una ola me levantase y me llevase hacia lo alto, allí donde impera la fuerza y el prestigio, haría pedazos las circunstancias que me han favorecido y me arrojaría yo mismo abajo, a las ínfimas e insignificantes tinieblas. Sólo en las regiones inferiores consigo respirar.»
«Hoy es necesario que deje de escribir. Me excita demasiado. Y las letras arden y bailan delante de mis ojos.»
«Pluma, si no me asistes, no sé cómo avanzar.»
No habrá ningún lector de Walser que, bajo los efectos de su estilo, que actúa como una música, no se sienta reconfortado y tal vez mejor persona. Leer a Walser nos libera de embrollos éticos y nos limpia de mezquindad. Disfruten cuanto puedan. Kafka lo leía en voz alta a sus amistades.
1 comentario :
Completamente de acuerdo con esta semblanza de Robert. La fama podría perseguirle, pero él era más rápido. Sólo lo alcanzó una muerte que ni en sus mejores deseos pudo imaginar más blanca ni ¿perfecta?
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