Patrick Modiano (1945) es uno de los más importantes escritores vivos en Francia, dueño de un mundo propio, onírico, autor de más de treinta obras y ganador del Premio Goncourt en 1978. Escribe desde que tenía veinte años porque según dice nunca supo hacer otra cosa. No ha trabajado jamás en nada que no sea sentarse dos horas enfrente a la ventana de su casa natal y pasarse las veintidós restantes pensando en las páginas que quedan y que le encumbran como maestro de la novela corta. Leer a Modiano te ata irremediablemente a la literatura.
En Joyita, describe su ambientación más querida, la del París de los cincuenta, una ciudad hosca, deshumanizada y gris, nada fotogénica y en cuya periferia se malgasta la vida de sus personajes. Trata de una época en la que todo es fragmentario, y las grandes ciudades favorecen eso, el anonimato y que el rastro de las personas se pierda. Muestra un retazo de historia mucho después de los acontecimientos, y que es parte de la infancia de la joven y huérfana Thérèse, apodada por su madre en esos tiernos y luctuosos años como "Joyita".
Thérèse es una joven solitaria e infeliz, huérfana, que jamás conoció a su padre. Su madre, una artista fracasada, quiso convertirla en una Shirley Teple y le puso el apelativo de Joyita. Luego, la abandonó siendo muy pequeña en manos de unas personas de su confianza y, según le explicaron estas a Thérèse, murió en Marruecos.
El relato arranca quince años más tarde, un día cualquiera de finales de los cincuenta, a la hora punta, en la estación de Châtelet del metro de París. Thérèse se fija en una mujer mayor vestida con un abrigo amarillo. Tras observarla con detalle y percibiendo en ella un rictus de amargura, se convence de que es su madre, que en teoría está muerta. Decide seguirla y descubre dónde vive.
“Estaba retrasando la hora de regresar a su casa. No estaba muy lejos, seguro. Yo tenía muchísima curiosidad por saber dónde. No me apetecía nada hablar con ella, no sentía por ella nada en especial. Las circunstancias habían impedido que hubiera entre nosotras eso que llaman la leche de la bondad humana. Lo único que deseaba saber era dónde había ido a parar, doce años después de su muerte en Marruecos.”
El persa de las praderas, el brazo amistoso de una farmacéutica compasiva, el olor del éter que aspiraba de niña cuando necesitaba desesperadamente evadirse, forman parte de la experiencia de esa Thérèse sola e indefensa que, al principio de la novela, se ve atrapada por un pasado infeliz que creía enterrado. Desde ese momento, que narrativamente constituye el punto más alto del libro, la joven va dejándose ir, hipnóticamente, detrás de sus fantasmas o de quien, circunstancialmente, pueda darle un poco de calor. La esencia del personaje parece precisamente esa ausencia de voluntad y de fuerza, de suerte que la mediocridad que la rodea no hace sino reforzar la impresión de lasitud y sinsentido que transmite el texto. Nunca llegamos a saber qué fue de la madre, que aparece como una figura misteriosa las primeras páginas y que abre la caja de recuerdos fragmentarios; ni tampoco lo qué ocultan los señores que la contratan para cuidar a una niña en la que parece repetirse su propia historia; ni qué fue del supuesto tío perdido. Desde la perspectiva de la joven dolorosa e injustamente abandonada atrapamos retazos de existencias como la suya, tristes y aisladas, que se aproximan un momento para perderse borrosas sin que a nadie parezca afectarle demasiado. Tanto abandono derrota, y la costumbre de la pérdida lleva a sobrevivir en el desarraigo. Por eso es por lo que el final esperanzado de la obra no acaba de seguirse de las premisas sembradas: a Thérèse se le brinda una segunda oportunidad que acoge alborozada, pero no sospechamos siquiera qué pretende hacer de ahí en adelante con su vida.
La escritura de Patrick Modiano se caracteriza por una gran economía de recursos, respalda, con su tono despojado y directo, el aire desolado que recorre estas páginas. Siempre ha estado impresionado por las desapariciones, por las ausencias. A Modiano le fascinan las viejas guías de teléfonos en las que aparecen los nombres de los abonados, porque de un año para otro hay gente que desaparece, que se va, en especial de algunos barrios, como el XVI. El París de sus novelas, más que un París de hace décadas, es un París interior, casi onírico, que nace de las cosas que le impresionaron cuando era un adolescente. Y para que ese lado onírico se desarrolle, necesita imperiosamente que las direcciones sean exactas. Puede que el edificio que se describe sea banal, intrascendente, pero su ubicación en la novela atiende a un canon de perfección. Es como un cuadro de Magritte: los objetos, aunque de carácter onírico, están dibujados de forma muy nítida.
Cuando era niño se paseaba solo por París. Las caminatas suponían un impacto psicológico a esa edad porque normalmente a los niños no les dejan pasearse solos. Él podía. Experimentaba al mismo tiempo miedo y curiosidad. El leit motiv de su obra se concentra en la búsqueda de alguien desaparecido. Su obsesión queda atrapada en esta indagación, en esa exploración que nunca consigue alejarse de la confusión.
“Pero me tocaría ir llamando puerta a puerta en cada rellano, y preguntar a quienes tuvieran a bien abrirme si conocían a una mujer de unos cincuenta años con un abrigo amarillo y una cicatriz en la cara.”
En España se han publicado recientemente, Dora Bruder, En el café de la juventud perdida, Reducción de condena y Calle de las tiendas oscuras. Sus novelas siempre son cortas y exactas, transcurren siempre en los años cuarenta o sesenta, en un París particular y vagamente irreal, dilatado, enorme, donde siempre hay garajes, adolescentes abandonados a su suerte que se agotan en brutales caminatas errabundas y adultos que se buscan unos a otros como dentro de un laberinto: un verdadero territorio mítico que comparte con el París real los nombres de las calles y la ubicación precisa de los números. Él mismo es un maniático de la topografía parisina y si uno le menciona una calle cualquiera no es raro que Modiano no sólo la conozca, sino que la haya recorrido o la hayan recorrido sus personajes.
Este año, la Feria del Libro de Madrid, rendirá pleitesía a las letras francesas, del 29 de mayo al 14 de junio. Dedicará esta 68ª edición a la cultura francesa, una rica tradición de gran vigor literario, con una presencia indiscutible en el ámbito del pensamiento. Desde las Canciones de gesta, poemas largos que relatan las proezas de los caballeros cristianos, y su poema épico más famoso compuesto a finales del siglo XI y principios del XII, la Canción de Roldán, pasando por las nuevas ideas del renacimiento con François Rabelais que vuelven a aparecer en el siglo XVII en las comedias de Molière, o el prototipo del humanista erudito francés, Michel de Montaigne, la grandeur literaria de Francia se ha caracterizado por la potente profundidad de sus autores, Balzac, Flaubert, Stendhal, Zola, Antoine de Saint- Exupèry… que llega en la actualidad a contar con representantes de la talla de Michel Houellebecq, Andréï Makine, Patrick Modiano, Jean Echenoz, Pascal Quignard, Michel Tournier o el último Premio Nobel Jean-Marie Le Clézio.
Disfruten cuanto puedan. La
Thérèse es una joven solitaria e infeliz, huérfana, que jamás conoció a su padre. Su madre, una artista fracasada, quiso convertirla en una Shirley Teple y le puso el apelativo de Joyita. Luego, la abandonó siendo muy pequeña en manos de unas personas de su confianza y, según le explicaron estas a Thérèse, murió en Marruecos.
El relato arranca quince años más tarde, un día cualquiera de finales de los cincuenta, a la hora punta, en la estación de Châtelet del metro de París. Thérèse se fija en una mujer mayor vestida con un abrigo amarillo. Tras observarla con detalle y percibiendo en ella un rictus de amargura, se convence de que es su madre, que en teoría está muerta. Decide seguirla y descubre dónde vive.
“Estaba retrasando la hora de regresar a su casa. No estaba muy lejos, seguro. Yo tenía muchísima curiosidad por saber dónde. No me apetecía nada hablar con ella, no sentía por ella nada en especial. Las circunstancias habían impedido que hubiera entre nosotras eso que llaman la leche de la bondad humana. Lo único que deseaba saber era dónde había ido a parar, doce años después de su muerte en Marruecos.”
El persa de las praderas, el brazo amistoso de una farmacéutica compasiva, el olor del éter que aspiraba de niña cuando necesitaba desesperadamente evadirse, forman parte de la experiencia de esa Thérèse sola e indefensa que, al principio de la novela, se ve atrapada por un pasado infeliz que creía enterrado. Desde ese momento, que narrativamente constituye el punto más alto del libro, la joven va dejándose ir, hipnóticamente, detrás de sus fantasmas o de quien, circunstancialmente, pueda darle un poco de calor. La esencia del personaje parece precisamente esa ausencia de voluntad y de fuerza, de suerte que la mediocridad que la rodea no hace sino reforzar la impresión de lasitud y sinsentido que transmite el texto. Nunca llegamos a saber qué fue de la madre, que aparece como una figura misteriosa las primeras páginas y que abre la caja de recuerdos fragmentarios; ni tampoco lo qué ocultan los señores que la contratan para cuidar a una niña en la que parece repetirse su propia historia; ni qué fue del supuesto tío perdido. Desde la perspectiva de la joven dolorosa e injustamente abandonada atrapamos retazos de existencias como la suya, tristes y aisladas, que se aproximan un momento para perderse borrosas sin que a nadie parezca afectarle demasiado. Tanto abandono derrota, y la costumbre de la pérdida lleva a sobrevivir en el desarraigo. Por eso es por lo que el final esperanzado de la obra no acaba de seguirse de las premisas sembradas: a Thérèse se le brinda una segunda oportunidad que acoge alborozada, pero no sospechamos siquiera qué pretende hacer de ahí en adelante con su vida.
La escritura de Patrick Modiano se caracteriza por una gran economía de recursos, respalda, con su tono despojado y directo, el aire desolado que recorre estas páginas. Siempre ha estado impresionado por las desapariciones, por las ausencias. A Modiano le fascinan las viejas guías de teléfonos en las que aparecen los nombres de los abonados, porque de un año para otro hay gente que desaparece, que se va, en especial de algunos barrios, como el XVI. El París de sus novelas, más que un París de hace décadas, es un París interior, casi onírico, que nace de las cosas que le impresionaron cuando era un adolescente. Y para que ese lado onírico se desarrolle, necesita imperiosamente que las direcciones sean exactas. Puede que el edificio que se describe sea banal, intrascendente, pero su ubicación en la novela atiende a un canon de perfección. Es como un cuadro de Magritte: los objetos, aunque de carácter onírico, están dibujados de forma muy nítida.
Cuando era niño se paseaba solo por París. Las caminatas suponían un impacto psicológico a esa edad porque normalmente a los niños no les dejan pasearse solos. Él podía. Experimentaba al mismo tiempo miedo y curiosidad. El leit motiv de su obra se concentra en la búsqueda de alguien desaparecido. Su obsesión queda atrapada en esta indagación, en esa exploración que nunca consigue alejarse de la confusión.
“Pero me tocaría ir llamando puerta a puerta en cada rellano, y preguntar a quienes tuvieran a bien abrirme si conocían a una mujer de unos cincuenta años con un abrigo amarillo y una cicatriz en la cara.”
En España se han publicado recientemente, Dora Bruder, En el café de la juventud perdida, Reducción de condena y Calle de las tiendas oscuras. Sus novelas siempre son cortas y exactas, transcurren siempre en los años cuarenta o sesenta, en un París particular y vagamente irreal, dilatado, enorme, donde siempre hay garajes, adolescentes abandonados a su suerte que se agotan en brutales caminatas errabundas y adultos que se buscan unos a otros como dentro de un laberinto: un verdadero territorio mítico que comparte con el París real los nombres de las calles y la ubicación precisa de los números. Él mismo es un maniático de la topografía parisina y si uno le menciona una calle cualquiera no es raro que Modiano no sólo la conozca, sino que la haya recorrido o la hayan recorrido sus personajes.
Este año, la Feria del Libro de Madrid, rendirá pleitesía a las letras francesas, del 29 de mayo al 14 de junio. Dedicará esta 68ª edición a la cultura francesa, una rica tradición de gran vigor literario, con una presencia indiscutible en el ámbito del pensamiento. Desde las Canciones de gesta, poemas largos que relatan las proezas de los caballeros cristianos, y su poema épico más famoso compuesto a finales del siglo XI y principios del XII, la Canción de Roldán, pasando por las nuevas ideas del renacimiento con François Rabelais que vuelven a aparecer en el siglo XVII en las comedias de Molière, o el prototipo del humanista erudito francés, Michel de Montaigne, la grandeur literaria de Francia se ha caracterizado por la potente profundidad de sus autores, Balzac, Flaubert, Stendhal, Zola, Antoine de Saint- Exupèry… que llega en la actualidad a contar con representantes de la talla de Michel Houellebecq, Andréï Makine, Patrick Modiano, Jean Echenoz, Pascal Quignard, Michel Tournier o el último Premio Nobel Jean-Marie Le Clézio.
Disfruten cuanto puedan. La
3 comentarios :
Vi la imagen de "Lectora" en Apostillas literarias, seguro de ahi la tomaste. Pero ¿sabes de quien es?
La obra se titula "Liseuse" y pertenece a una artista parisina que vive y trabaja en París, llamada Francine Van Hove. Pintó esta linda y sugerente acuarela en 1996, mostrando la belleza que evoca la lectura de una joven a la tenue luz de una lámpara en los silencios de la noche. En honor a tu fresca curiosidad podrás recrearte con una nueva imagen de Van Hove que he subido a este Alto Vacío para que sigas delitándote. ¡Qué lo disfrutes, lectora!
Pascal Quignard...
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