Una obra absurda, histérica y sobrevalorada que produce cansancio, megalomanía y desinterés. Proyecto Hail Mary es ciencia ficción soft con un insignificante veinte por ciento hard para justificar esta inerte distopía. Logrando un comienzo misterioso, gracias al manido recurso de la amnesia, se va perdiendo en una atmósfera inviable creando una historia tan rocambolesca e inverosímil que no deja espacio para la más mínima lógica. El protagonista, Ryland Grace, crea un juego de pseudocientificismo tan espeso y enrevesado que termina por desmoronarse en los primeros diez capítulos. No tiene sentido el argumento del enfriamiento de la Tierra; ni el de los astrófagos o bacterias que consumen la energía de las estrellas; ni el de la tripulación seleccionada según sus genes para sobrevivir a un coma prolongado; ni la posibilidad de un viaje interestelar con esos mismos astrófagos como energía de propulsión. Tampoco es plausible que la vida pueda surgir sin agua, y menos aún, por medio de amoníaco. Todo en este proyecto es soft aunque la vendan como hard puro. La trama anuncia que en veinte años la humanidad se extinguirá por una hambruna debido a la pérdida de energía solar en el planeta. Entonces, un sólo un hombre ―Ryland―, presentado como el Homo Deus enaltecido por sus conocimientos científicos acepta la misión suicida de embarcarse en una nave con falta de combustible rumbo hacia Tau Ceti, una estrella lejana que permanece brillante y podría darles la solución al problema. Así que el lector deberá ser guiado durante toda la narración por un personaje profundamente nihilista y engreído que acepta largarse a más de doce años luz de distancia. Esto se va revelando gradualmente a través de flashbacks mientras va saliendo de su amnesia. La novela avanza en base a una visión utópica hiperfuturista de la nave en la que viaja mientras de fondo lucha por una escéptica supervivencia. Como no se aprecia ningún sentido lógico a este viaje, que en principio tenía tintes ecológicos, surge el contacto con el primer alienígena de la historia de la humanidad, un eridiano del sistema 40 ―Rocky―, que tiene cinco patas que le salen de un caparazón central y que es más pequeño que un perro labrador. Rocky es ingeniero y representa a su especie y también ha aceptado la misma misión suicida para salvar a su planeta Eríd. Su alianza se basa en el intercambio de conocimientos científicos y tecnológicos. Rocky ayuda a Grace a reparar y optimizar la nave en varios puntos cruciales, y Grace, con su conocimiento soft sobre biología y física, aporta soluciones esenciales para la supervivencia de ambos. Este personaje tan antiestético e imaginario no funciona en una trama hard, y el tedio se apodera de toda la lectura, por culpa de extensas conversaciones ridículas y repetitivas de una pesadez insoportable, prolongando la desgana a más de dieciocho horas de narración. Así que, el lector que sea capaz de llegar al final habrá completado el registro de otro esperpento interestelar más, procedente de las neuras de Silicon Valley, para repetir el mantra de un cowboy espacial que va de salvador de la humanidad gracias a la dudosa tecnología creada por megacorporaciones capitalistas, al estilo del SpaceX de Elon Musk, con la que poder huir hacia mundos infundados y así seguir colonizando el universo con la inverosímil y falsa colaboración de un alienígena arácnido. Un absurdo total. Ryland Grace demuestra nula empatía por la humanidad que está sumida en la posibilidad de una extinción por una nueva Edad de Hielo. La taumoeba que les envía, tras descubrir que es el microorganismo que consume al astrófago, solo es un gesto de su engreimiento científico para postularse como el Homo Deus de toda vida en las galaxias. Lo que está deseando es adueñarse intelectualmente de Eríd para que seguidamente la maquiavélica Eva Stratt pueda entrar con sus operativos privados y esquilmar otro Amazonas eridiano, extraer cobalto u otras mercancías que deseen para su Fondo Global de Defensa de las Naciones Unidas, una macrocorporación con fines lucrativos.
«Los eridianos hacen todo lo que les pido.»
Proyecto Hail Mary de Andy Weir es otro clon del mismo relato monolítico hollywoodense y sus jerarquías occidentales atestadas de ambición por conquistar, someter, esclavizar y robar bienes naturales de otros mundos como ocurrió en América, África, Oceanía o Asia. Lo que Andy Weir ignora o no quiere contemplar es que cuando los pueblos originarios de esos mundos se enteren de que los visitantes terrícolas representan al 1% de los miembros de su especie, y que abandonaron al 99% restante a merced de la catástrofe ambiental y la miseria que ellos mismos sembraron, los alienígenas se horrorizarán tanto que les cerrarán las puertas de su planeta. Los alienígenas se espantarán y no comprenderán cómo es posible que una civilización tan avanzada haya puesto toda su economía y tecnología al servicio de tanta injusticia y tanto desastre. Porque esta alteridad extraterrestre es tan incalculable y tan imprescindible que resistirá a toda esta irracionalidad. Así que cuando los representantes de estos multimillonarios aterricen en un exoplaneta, los echarán de una patada en el culo por crueles e injustos y les exigirán que lo primero que deben hacer es cuidar de su Pachamama y sólo cuando aprendan esto se les permitirá visitar otros Pachamamas.