En una entrevista que le hicieron a Nabokov en un plató de televisión, nombró por sorpresa las cuatro obras maestras de la prosa del siglo. Y dijo:
"Son, por este orden, Ulysses de Joyce; La metamorfosis de Kafka; Petersburgo de Andréi Biely, y la primera mitad del cuento de hadas de Proust En busca del tiempo perdido".
A partir de ese momento todo un ejército convulso de amantes de la Literatura de Altura se lanzó sobre Petersburgo. Se trataba de una pieza de gran complejidad, inclasificable. Un capricho para el análisis literario y un regalo más para nuestra lectura apasionada.
Así que yo también, denodado, me arrojé a esas calles de Petersburgo. Y lo hice mientras disfrutaba de las hidrotermales aguas del balneario de Vallfogona de Riucorb, en el fortificado Hotel Regina & Spa, sumido en el más absoluto relax sensitivo. Petersburgo, la ciudad, se me presentó como un espacio geométrico cerrado, configurado entre la Perspectiva Nevski (la calle más destacada) y el Neva, entre las callejuelas grises y los palacios rojizos, bermellón, y el verde grisáceo del mar, igual que si fuera un ser vivo, pensante y perceptivo. Dentro de la caótica urbe los personajes eran mostrados como títeres atormentados y grotescos, acosados por misteriosos fantasmas más corpóreos que ellos mismos: el Jinete de Bronce (la estatua de Pedro I, símbolo del poder paternalista y opresor, concebido como alma de la ciudad y del poder de Pushkin), el Holandés Errante, que es el río Neva, con su puerto o el busto de Kant. Un desfile que se fue densificando, transformándose, mediante el extraordinario uso de la sintaxis, y merced a la significación otorgada a ciertos símbolos eximios y eminentes de potente resonancia conceptual.
“Cuando el tren te aproxima a Petersburgo, al despertar, tras la ventanilla ves la desolación: ni un alma, ni una aldea, la misma tierra es un cadáver.”
La novela, sin intención de extenderse, narra las andanzas de un joven revolucionario, Nikolai Apolónovich, que recibe la orden de asesinar a su propio padre, el senador zarista Apolón Apolónovich, colocándole una bomba en su estudio, dentro de una lata de sardinas. Contiene un leit motiv sencillo y conciso. Aún así, descubrirán que la ciudad es el verdadero protagonista de la novela. La acción se desarrolla aproximadamente en veinticuatro horas, tiempo suficiente para sacar los grandes temas. El té aparece constantemente en la obra cómo símbolo de exotismo y reflexión. La escalera tenebrosa, amenazante y húmeda. La calle rectilínea. Las tijeras. Las grullas. El desván. El huésped. Pero sobre todo... la maldita lata de sardinas.
“Rusia es una llanura helada; por ella vagan los lobos [...] la sociedad de las cochinillas de humedad.”
Petersburgo posee una autenticidad irrepetible. Es una obra mística, moderna y evocada hacia el tránsito, hacia una autonomía traslúcida de nuevos mundos espirituales. Andrei Biely, escritor, poeta y crítico literario, elaboró con su eléctrico lenguaje nuevas dimensiones de pensamiento que hoy nos transmiten una fuerte vibración intelectual y una bulliciosa luminosidad cognitiva. Inscrita dentro del movimiento simbolista ruso es considerada, casi por unanimidad, el Ulysses petersburgués, en su intento por abarcar la vida cotidiana de una ciudad entera y por sus experimentos con el lenguaje. Se publicó hacia 1914, por entregas, en la revista Sirin, un poco antes de la Revolución Rusa. El contexto histórico estuvo marcado por la necesidad de ruptura con los valores tradicionales y cristianos, por sus dogmas vacíos e insignificantes para el hombre moderno que atesoraba otro tipo de sensaciones sobre la existencia. Petersburgo esta considerada como la obra maestra de su autor. Nabokov dijo que Andrei Biely fue el autor del siglo XX más importante de su lengua. Todo un piropo tratándose del Siglo de Oro de la literatura. Y por lo tanto una de las novelas fundamentales de la literatura contemporánea que por supuesto no se me podía escapar.
“Desde aquel día grávido en que hasta aquí llegó al galope el jinete de metal, desde el día que subió el caballo a la roca de granito finlandés, Rusia se partió en dos: también los destinos de la patria se partieron en dos; dos partes se hizo Rusia, para sufrir y llorar hasta el último instante.”
Las obras de Biely estuvieron prohibidas en la Unión Soviética entre 1940 y 1965. Su individualismo místico era muy molesto para el Estado. La literatura tiene ese jugoso poder para liberar mentes. Aquí lo sabemos desde hace mucho tiempo. De todas formas, la censura no consiguió del todo salirse con la suya, su escritura caló hondo en muchos otros. Algunos de los escritores sobre los que ejerció una mayor influencia fueron Yuri Olesha, Borís Pasternak y Vladimir Nabokov. Mentes soberbias que le hicieron la guerra a las tinieblas y a la decadencia. Sus armas: la lucidez. Su deseo: el tránsito.
“¡Levántate, Sol!”
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