Explorando en las vitales lecturas de Thomas Pynchon, descubrí que en la misma época en la que fue alumno de Nabokov, cayó en sus manos una novela de Oakley Hall que llegó a calificar como una obra de microculto, como una de las mejores obras de la literatura moderna norteamericana por su claridad y su profunda sensibilidad para adentrarse en los ásperos abismos en los que se fundó la sociedad americana.
Fui a la Biblioteca Pública y allí estaba solitaria. Esperando a que mis manos la capturaran. La he leído con las botas puestas y puedo decir que la experiencia es arrolladora. He tragado polvo y los disparos me han pasado muy cerca de mi cabellera. Se trata de una obra de culto que tilda a EEUU nación de pistoleros, país de alma dura, aislada, estoica y asesina, que aún está por ablandarse. Los padres fundadores de Norteamérica no fueron aquellos caballeros del siglo XVIII que constituyeron una nación en Filadelfia, sino aquellos que crearon violentamente una nación en un páramo implacable y opulento: pícaros, aventureros, grandes terratenientes, guerreros indios, comerciantes, misioneros, exploradores y cazadores que asesinaron y fueron asesinados hasta conquistar el territorio desolado.
La novela está basada en personajes y acontecimientos que tuvieron lugar en el OK Corral en Tombstone, Arizona. El diálogo suena tan cierto como el sonido de un dólar de plata arrojado en la barra. Oakley Hall construye esta hiper-realista ficción para mostrarnos como la persona que subyace en la figura del sheriff o del comisario es tan sólo un estoico asesino que acecha bajo la superficie de una conciencia colectiva y moduladora. Los ciudadanos de Warlock se sustentan gracias a la minería, y seguidamente, a la fabricación de ataudes, que irán a parar a Boot Hill, la Colina de las Botas. Cuatreros, mineros borrachos, pistoleros y asesinos, tienen por costumbre alterar el orden y llevarse con sus balas, las vidas polvorientas de aquellos que osan cruzarse en su camino.
Warlock está dividido entre los que desean la paz y el orden, representados por la Comisión de Ciudadanos y por otro lado los hombres de Abe McQuown, el Zorro Rojo. Un ladrón de ganado que causa un gran temor cuando acude desde San Pablo a la ciudad para jugar a póker y beber whisky en los salones de Warlock. Pero también, es quien pone orden entre los bandidos del valle y causa el caos en la ciudad de Warlock. Para evitar esto, la Comisión de Ciudadanos, contrata al hombre de las pistolas de oro, un tipo muy rápido que se enfrentará a cada uno de los maleantes y le prohibirá la entrada en la ciudad a aquel que no respete las normas cívicas de esta ciudad sin ley. Tres nombres les provocarán en la lectura una total intriga: Clay Blaisedell, Tom Morgan y Jonnhy Gannon. Así que prepárense... porque si entran en Warlock, algo de ustedes se quedará allí para siempre. Vigilen la llegada de Kate Dollar en la diligencia Concord, el modelo más extendido del Oeste y construido para la Wells Fargo Co. A partir de ahí, la lectura se vuelve apasionante. Thomas Pynchon no habría disfrutado con menos. Suyo es ahora el señuelo. No la pierdan de vista porque atrapa. La película de Edward Dmytryk no le llega ni a la suela de los zapatos. Curiosamente nada citó de lo mal que se portaba el Séptimo de Caballería. Un tema indispensable para entender que ocurre en Warlock. Y por último decir que me gustó mucho leer la introducción que le hizo Robert Stone a este titán de la literatura norteamericana. Las uniones entre estos autores se hacen cada vez más fuertes y acordes. Cobran un sentido mítico. Esto lo cuento para aquellos que quieran establecer vínculos entre los conflictos de Warlock, la guerra de Vietnam o los próximos duelos al sol en los que esta nación de pistoleros quiera jugarse el tipo. Es momento para el tránsito.
“¿Qué habré hecho yo para estar siempre matando una parte de mí con cada disparo? — Clay Blaisedell.”